Un buen ejercicio para mejorar
el carácter puede ser este: escriba en un folio cómo es usted; cuáles son sus
puntos fuertes y sus puntos débiles. Una vez que haya concluido, imagínese que
eso lo ha escrito de sí mismo un buen amigo... ¿Qué soluciones concretas le
aportaría a esa persona estimada? Una vez formuladas, enfréntese con ellas de
vez en cuando. Quizás puede leer ese papel una vez al mes y, si le parece
oportuno, hacer algunas correcciones.
CONOCIMIENTO PROPIO
Los altibajos
diarios, nuestras pequeñas o no tan pequeñas batallas cotidianas nos
enriquecen, pero también nos pueden envolver en su vorágine. Nos hacen falta
criterios claros, pensados con cabeza y serenidad, para afrontar con mayor
acierto cada jornada.. Lógicamente es muy importante saber aconsejarse de
personas –pocas- que nos conocen y merecen nuestra confianza. Ellas pueden
vernos desde un ángulo insospechado para nosotros mismos.
Con
frecuencia no somos el que queremos ser. Es lógico que ocurra así porque el
hombre es el que es y el que puede llegar a ser. Por otra parte, nadie tiene
una perfecta autoconciencia de sí mismo. Necesitamos de la realidad y
especialmente de nuestros semejantes para crecer en personalidad y madurez.
Nadie, por mucho que se empeñe, es un verso suelto.
Cualquier
persona mínimamente responsable lleva la cuenta del dinero que dispone o toma
medidas frente a una salud que se empieza a indisponer.¿Acaso no es más
importante la calidad de la propia personalidad? ¿Por qué misterioso mecanismo
podemos llegar a ser tan dejados respecto a la reforma de nuestro propio
carácter?... Se trata del más noble y saludable de los ejercicios para nuestra
vida. Se confundiría de plano aquél que estableciera estos retos por pura
autoperfección.
La persona
humana sólo mejora cuando sabe vivir respecto a sus gozos y obligaciones
familiares, laborales o sociales. De ningún modo la mejora del carácter es un
ejercicio agobiante y tedioso de autoanálisis. Pero sí son precisas dosis de
reflexión para vivir y ayudar a vivir mejor, de un modo más humano y digno.
Esta tarea
deportiva y moral requiere de hábitos saludables, de valores y virtudes que
consoliden, poco a poco, la expansión de nuestras mejores capacidades para
vivir y convivir.
VIRTUDES HUMANAS Y PERSONALIDAD
Si
caminamos y no notamos nuestras piernas es buena señal; pero, si al andar nos
duele una rodilla, la cosa cambia. Cuando en el transcurrir de la vida los días
pasan raudos y fecundos, repletos de sencillez, la existencia se cuaja de sentido
sin darnos mucha cuenta. Pero si nos notamos demasiado a nosotros mismos –no me
refiero a estados de enfermedad- nuestro
modo de vivir puede estar mal enfocado.
Todos
sabemos que el tipo cenizo suele ser insufrible pero tal vez no reparamos en
que el quejicoso, en ocasiones, podemos ser nosotros mismos. Superar estados de
ánimo negativos requiere una conducta virtuosa. Al pensar en las virtudes
humanas no quisiera referirme a las de “temperamentos fuertes” como el de una
Agustina de Aragón, con toda mi admiración a tan ilustre señora. Más bien,
quisiera recordar a personas que saben sonreírle a la vida sin esperar a que la
vida les sonría a ellos. Rostros amables que esconden en la mirada una ilusión
sencilla, discreta y profunda.
Recuerdo la primera vez que acudí al claustro de un conocido Instituto de enseñanza madrileña. Había muchas personas y el espectáculo era intensamente tedioso. Se estaban dando lectura a unas aburridísimas actas de cierta reunión anterior sobre cuestiones burocráticas que a mí, y sospecho que a muchos más, nos importaban un comino. Tras un buen rato, mi única esperanza era salir de allí cuanto antes. La lectora continuaba hablando con su monocorde tono gris. En un momento determinado citó a una tal señorita Paloma. En ese preciso instante un profesor veterano se levantó de la silla y exclamó en voz alRecuerdo la primera vez que acudí al claustro de un conocido Instituto de enseñanza madrileñata: ”¡Quiero que conste en acta que yo amo a la señorita Paloma; la amo!” La carcajada general inundó la sala como un río de humanidad. La estancia se transformó y nuestros rostros se iluminaron. Aquel viejo profesor, padre de familia ejemplar pero tremendamente guasón, nos había puesto en disposición de compartir fraternalmente unas multitudinarias cervezas; lástima que no llegaran.
Recuerdo la primera vez que acudí al claustro de un conocido Instituto de enseñanza madrileña. Había muchas personas y el espectáculo era intensamente tedioso. Se estaban dando lectura a unas aburridísimas actas de cierta reunión anterior sobre cuestiones burocráticas que a mí, y sospecho que a muchos más, nos importaban un comino. Tras un buen rato, mi única esperanza era salir de allí cuanto antes. La lectora continuaba hablando con su monocorde tono gris. En un momento determinado citó a una tal señorita Paloma. En ese preciso instante un profesor veterano se levantó de la silla y exclamó en voz alRecuerdo la primera vez que acudí al claustro de un conocido Instituto de enseñanza madrileñata: ”¡Quiero que conste en acta que yo amo a la señorita Paloma; la amo!” La carcajada general inundó la sala como un río de humanidad. La estancia se transformó y nuestros rostros se iluminaron. Aquel viejo profesor, padre de familia ejemplar pero tremendamente guasón, nos había puesto en disposición de compartir fraternalmente unas multitudinarias cervezas; lástima que no llegaran.
La cordialidad propia de aquel
profesor era muy suya. Pero detrás de cada actuación, humanamente atractiva, se
manifiesta el empleo de las virtudes.
EL CARÁCTER
Antes de proseguir quisiera
establecer una distinción entre temperamento y carácter. El temperamento es
fruto de nuestra genética y de nuestros condicionantes. El carácter es lo que
libremente hacemos con nuestro temperamento; por esto cabe en él la virtud.
No es fácil
decir algo nuevo sobre las cuatro virtudes cardinales, pero podemos recordarlas
en un rápido bosquejo. La prudencia supone realismo, estar atentos a la vida y
no en babia. Una consecuencia práctica, entre miles, es el consejo que afirma:
”ya que tenemos dos orejas y una boca conviene escuchar el doble de lo que se
habla”.
La justicia
nos encara ante nuestras responsabilidades con los demás; especialmente el
servicio que les debemos por razones familiares, laborales o, simplemente
humanitarias.
La fortaleza
supone mantener el rumbo en cuestiones valiosas que pueden tornarse arduas. Es
aquí donde podemos ver si tenemos suficiente
peso interior para no acabar desarbolados por las ventoleras de frío o de calor
que desaliñan los días, pero pueden templar el carácter.
La templanza
es el indispensable ejercicio interior para mantener en forma el espíritu.
Intentar controlar racionalmente nuestros apetitos físicos es fuente de
seguridad y de autoestima. No se puede correr el Tour de Francia si no se sabe
montar en bicicleta; ni echar una carrera a nado si no se consigue flotar. Sin
embargo, quizás porque no somos capaces de vivir con la suficiente
deportividad, puede faltarnos la motivación y la diligencia necesaria para
forjar un carácter enterizo.
VIRTUDES MISTERIOSAS PERO
CERCANAS
Existen otro
tipo de virtudes relacionadas con las cardinales a las que me quisiera referir.
Tanto en las cardinales como en las que ahora paso a exponer recuerdo algunas
ideas del pensador alemán Joseph Piepper de su libro Las virtudes
fundamentales.
Vamos
a 100 kilómetros por segundo alrededor
del sol, en una gigantesca bola azulada, sin despeinarnos. Estamos
constituidos por un ADN del que se han
empezado a saber cosas desde hace pocas décadas. No es necesario un frío muy
intenso para que el común de los mortales se vea afectado por un catarro; ni un
calor extenuante para sufrir una insolación.
Traigo estas
frases a cuento de que no parece muy serio darnos una excesiva importancia. La
libertad humana es un don irrenunciable; pero otra cosa muy distinta es
inflarla y desarraigarla de los límites y precariedades de la vida hasta llegar
a resultados ridículos y, en ocasiones, penosos. La libertad no es un fin para
sí misma y, como el dinero, hay que saber invertirla en bienes.
Confiar
parece una opción razonable, dentro de unos márgenes amplios. No es
absolutamente imposible que mi abuela me envenene con una sopa, ni que me caiga
un tiesto en la cabeza cuando paseo por la calle, pero si sigo por estos
derroteros mentales acabaré probablemente en un manicomio.
Realmente los
timos y robos están a la orden del día, pero las ayudas y servicios están a la
orden de los minutos. La propia vida es un riesgo y me parece que somos mayoría
los que consideramos que es un riesgo que merece la pena correr. El hombre no
está llamado a hacer cosas posibles sino a realizar ciertos imposibles.
Pondré algún ejemplo:
vivir la fidelidad matrimonial hasta la muerte; desterrar toda forma de odio de
nuestros corazones; llegar a la fecha de jubilosa jubilación después de
cuarenta años de profesor de enseñanza media. Estas auténticas hazañas, entre
muchas otras, van más allá de nuestras propias fuerzas y, sin embargo, las
hemos visto hechas realidad en muchos de nuestros semejantes.
Desde olimpos
lejanos, o quizás muy cercanos, surgen oportunos vientos que ayudan eficazmente
a la travesía de nuestra vida por el gran mar del mundo. Para llegar al final,
donde unos auguran cataratas negras y otros divisan claras riberas, tal vez
haya que pasar por alguna de esas desagradables cataratas para arrivar a
aquellos lugares luminosos. Conviene tener fe; sin confiar no podríamos ser
humanos.
ESPERANZA, BENEVOLENCIA, JUSTICIA
El presente es
el punto de encuentro entre el tiempo y la eternidad, decía C.S. Lewis, el
autor de las famosas Crónicas de Narnia. Sacarle provecho al ahora,
venga como venga, es sabiduría. También lo es esperar: el gordo de la lotería,
un trabajo mejor, o la anhelada media naranja. Una persona necesita de la
esperanza para no desfigurar su espíritu; pero, en ocasiones, no es fácil
esperar.
Tener
esperanza debe ser algo razonable. Estar esperanzado requiere tener ya una
prenda de lo que se espera. La esperanza en la vida nace de aceptar nuestra
situación, sea cual sea, como consecuencia de tener un motivo suficientemente
profundo y verdadero para sacar adelante nuestra biografía. Tal motivo puede
ser mucho más asequible de lo que pensamos. Pienso que se vincula con
realidades sencillas, cercanas, que al asumirlas –quizás sin mucho entusiasmo-
contribuyen a hacernos mejores personas. Una persona con esperanza es
atractiva; infunde deseos de vivir.
Salir a
la calle y ver a la gente “cada vez más guapa” –como decía un sabio alegre- no
es tanto cuestión de agudeza visual como de luz. Saber querer, saber afirmar la
vida personal de los demás, no es siempre fácil; incluso, puede ser muy
difícil. Después de todo, la vida tiene mucho que ver con aguantarnos unos a
otros; pero esta recia madera puede convertirse en un peso frío e inútil o en
una magnífica hoguera, en torno a la que se sitúa la familia y la amistad. La
mayor parte del éxito está en encontrar la cerilla adecuada. No suele estar
lejos de nosotros, pero puede hallarse olvidada o mojada; y no por esto es
irrecuperable.
La
benevolencia es el más hermoso de los dones; pero tiene que estar sopesada en
la balanza de la justicia. Sin justicia la benevolencia puede caerse de lado
haciendo el ridículo. Algo similar o peor puede ocurrirle a la justicia si en
un plato tiene afrentas y en el otro venganza. Es entonces cuando la humanidad
de la balanza se parte en dos. Pero en caso de cierto desequilibrio, personalmente
preferiría la inclinación a la benevolencia.
La luminosidad hace cambiar
completamente la perspectiva de los paisajes. Suelen alternarse periodos de
claridad y de oscuridad, más o menos intensas. Pero siempre, por encima de las
nubes o a la espalda del planeta, está el sol. Saber de la existencia de esa
luz -que no es propia- y actuar en consecuencia, cuando se siente o cuando se
oculta, supone encontrar el misterio que hace germinar la vida propia y la de
los demás.
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