Hace poco tiempo presencié una escena interesante: Llovía
a cántaros y un coche pasó rápidamente junto a una acera, poniendo tibio de
agua a un peatón que esperaba estoicamente la apertura del semáforo. Cuando
todo parecía apuntar a la emisión de algún improperio por el viandante calado,
éste se dio la vuelta con una cara similar a la que pondría un joven padre ante
una jugarreta de su hijo de dos años. Una mujer que estaba al lado empezó a
partirse de risa y nuestro mojado caballero la miró como si le hubiera acaecido
una segunda trastada de su infante. ¿En qué iría pensando ese tipo?
Ir con un
par de copas anímicas de más por la vida es cardiosaludable, pero no siempre
resulta sencillo. Existen en nuestras biografías problemas objetivos y, por si
fueran pocos, unos cuantos más subjetivos. La lógica del mendigo alegre o la
del enfermo guasón pueden ser tan infrecuentes como que nos regalen una buena
vivienda. Sin embargo, sabemos que tales actitudes se han producido y que en
algunos lugares, quizás cercanos, siguen existiendo como estrellas en una noche
oscura.
Cuando a
una persona le han dado “hasta en el carnet de identidad” puede que la
identidad la haya malogrado o potenciado. Es una cuestión de enfoque: mirar
abajo o mirar arriba. De optar por esta segunda postura, pueden adquirirse
propiedades aerostáticas, como las de un zeppelín; es entonces cuando la
levedad puede dar la vuelta al mundo y
desafiar a la mismísima ley de la gravedad con pensamientos alegres.
Desde luego hay contrariedades
muy duras que no tienen ninguna gracia humana; pero hay quienes saben asumir,
dentro de la pena, un confiado respeto ante el misterio del dolor y, quizás sin
saberlo, su comportamiento está siendo profundamente agraciado influyendo
positivamente en los que le rodean. De estas fermentaciones del alma puede salir
el vino de la sabiduría. Se ven las cosas desde una perspectiva distinta; se
cambia la jerarquía de valores. Se pasa de la cultura del tener más a la del
ser más.
Al viajar
en avión, el campo y los pueblos se ven entrañables, podrían renombrarse con
diminutivos. Ver desde arriba ayuda a observar las cosas mejor que desde abajo.
La montaña está plácidamente tranquila, las nubes serenas y los campos no se
salen de su sitio. Toda una lección del reino mineral y vegetal para el hombre
de hoy. Sí: es la aceptación de mi paisaje y de mi paisanaje
–de mi vida-
la que me hace ver desde lo alto lo que está a un palmo de mis narices.
La armonía, ese llevarse bien
con el mundo, se basa en tener una misión convincente –muchas veces sincera y
discreta- de la propia vida. El equilibrio de un ecologismo funcional es, por
sí solo, totalmente insuficiente para una persona. Esto ocurre porque hay
terrenos importantes en la vida que, a veces, suben y bajan como una montaña
rusa; pero cuando uno se deja llevar por un misterioso aeroplano y vuelve a ver
en panorámica su planeta azul, es cuando más contento puede estar al dar la
vuelta a la esquina y descubrir en un semáforo, con una lógica nueva, un
chispazo de alegría.
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