Es preciso educar la mirada para contemplar la
condición femenina. La feminidad tiene que ser apreciada por sí misma. La
feminidad es escucha, acogida; puede ser una ráfaga de alegría o un amanecer de
contento. También es orden, comprensión, economía tan exigente que puede
prodigar con frecuencia extraordinarios. La feminidad es temperamento, es un
dulce darse con voluntad indómita y enamorada. Se trata de una genial
ingenuidad porque la condición femenina es sencilla en su raíz. Su madurez radica
en su realismo y como es realista tiene buen humor.
Feminismo
profundo
La mujer es la tierra madre; el humus de todas las
patrias, el corazón de casi todos los hombres, la causa de muchas banderas. La
condición femenina es reina y señora porque reina sirviendo; de ahí surge su
fortaleza vital, su posicionamiento firme en la vida, su ser fuente de alegría,
su descomplicación.
La mujer ama más porque su visión es
intuitiva, nuclear, detecta a la legua al que ama y al que sólo desea. La mujer
es especialmente apta para amar, para darse, y el amor es imprevisible. Por
esto la condición femenina se bandea con soltura en el oleaje de la vida, las
coge al vuelo, las ve venir…y, si son para bien, no las deja pasar.
La feminidad es colores en la
merienda, primor en la tarta de cumpleaños, perfume tenue en la ropa lavada,
inteligencia preclara en la dirección de empresa, tesón y esfuerzo en el
estudio universitario, serenidad en el trabajo, mirada coqueta que rompe el
corazón del hombre.
La envidia, la ostentación, el
orgullo…son serpientes que la muerden, pero
frecuentemente con poca eficacia porque en su sangre está el antídoto de
la generosidad. Otra es la epidemia verdaderamente grave que asola ahora la
feminidad: el progresivo corrompimiento de su identidad. No se trata sólo del
burdo, ciego y pandémico afán de pretender reducir su ser mujer a ser hembra,
sino de algo más sutil: hacerla creer que su dignidad radica exclusivamente en
su libertad y autonomía…Éste es el terreno abonado para su infecundidad
biológica, “artística” y personal.
Hemos de salvar la identidad de la
mujer de hoy para salvar a la humanidad de la idiotez y del abatimiento. Este
empeño impulsa, cómo no, tantas buenas conquistas sociales que la mujer ha
logrado; pero no debe permanecer en un silencio suicida ante la falta de
respeto a la condición femenina. Quienes se saben más hombres pensando en su
madre me entenderán. Quienes hayan visto vivir y morir con alegría a la mujer
de su vida suscribirán estas frases escribiéndolas mucho mejor.
La grandeza de ser madre
La
maternidad es la roca del alma para el hijo, el corazón de la mujer y la
felicidad que habita en el esposo. Ser madre es ser incondicional, es vivir
para los seres queridos. Las personas, despojadas de sus madres, serían
dramáticas marionetas de un mundo errático. Desde luego no me refiero tan solo
a una maternidad biológica sino también espiritual, de acompañamiento humano
con el ejemplo, el servicio, la exigencia y el cariño. Por este motivo hay
huérfanos que pueden encontrar una auténtica nueva madre y mujeres que, sin
haber concebido ningún hijo, encarnan una maternidad operativa y decisiva para
las chicas o los chicos a los que atienden. La maternidad es un mirar hacia,
una intuición comprensiva superior a cualquier razonamiento. Se trata de una
relación tan fuerte que establece los vínculos más primordiales entre los seres
humanos. Genera las más auténticas sonrisas y establece con los hijos los más
sencillos y mejores juegos. Maternidad y filiación son tendencias profundas y
simultáneas que posibilitan la entidad de la persona misma. Ser madre es querer
transformar en vida el amor por el esposo, vivir más, realizar la feminidad en
la dura y entrañable pedagogía del amor sabio.
Ser madre es compartir con el
esposo tareas del hogar, aventajando al marido en soltura, gracia y economía. La maternidad se
extiende a una multitud de cosas: El mantel de la merienda, la camisa que
combina bien, el tenue buen olor del hogar, el guiso acertado, la negación
precisa a un capricho inconveniente de un hijo, lo cotidiano hecho con encanto,
el genio, el realismo de una vida que sabe vivir con alegría y encara la muerte
pensando en los demás.
Las cosas hoy son complejas
porque se han perdido capacidades de ver lo evidente. Por este motivo cambiamos
ahora el ritmo de la narración. Pese al actual auge mediático de la ideología
de género, seguimos pensando – bruscamente- que el pecho femenino es algo especialmente
apropiado para dar de mamar. La intuición felina con la que hago tan arriesgada
afirmación se basa en el hecho de que todos los mortales nos hemos alimentado
de los benditos pechos de nuestras madres.
Un pecho que da vida no sólo da
la leche del cuerpo, sino la del espíritu: el de la maternidad y la familia.
Esta vitalidad genuinamente femenina es la fuerza de la tierra y de la
humanidad. Tal casta de maternidad construye una biografía de biografías: un
hogar; el último baluarte contra los tiranos. El temple y la decencia de la
madre modela una familia, a la vez que encuentra en sí misma un manantial de ingenio y de eternidad.
El hombre, perenne marmolillo
–excepto en sus raptos de juventud- gira inconsciente y atolondrado en torno a
su verdadero eje o quicio: su mujer. Y el hecho de que prospere ahora el
desquiciamiento no es otro que la ruptura de ese eje. Cuando un hombre y una
mujer construyen, con los ladrillos de los días y el cemento de un amor
entregado, su casa y su familia, se construyen y se aseguran a sí mismos.
Cuando hombres y mujeres revolotean
divorciándose y volviéndose a casar en matrimonios de papel de fumar no
habitan en hogares, sino en grutas: porque sus espíritus pueden ser como cuevas de atractiva entrada pero de
tenebrosa e incapaz acogida. Sus entrañas se llenan de murciélagos.
Una feminista americana dijo
que la familia es un “confortable campo de concentración”. Ocurre precisamente
lo contrario: la familia es una concentración de campo confortable; si se
cultiva. La madurez consiste en trabajar para conseguir fruto; no en disfrutar
trabajosa y estérilmente. Es estupendo que una mujer sea
presidente del gobierno, por ser capaz; no por ser mujer. Es fantástico que el
hombre cocine en la casa, si aprende a cocinar. Pero es esperpéntica la
situación que desatiende y discrimina a la familia, al son del berrido del
cuerno progresista. Chesterton decía que quien se rebela contra la familia se
rebela contra la humanidad; a mí me parece que se rebela también contra sí
mismo.
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