A dos jóvenes amigos les ocurrió algo
parecido hace unos cinco años: los dos querían mucho a sus respectivas novias,
pero se vieron en la obligación de cortar para poder mantener su integridad
humana y cristiana. Como es lógico, existirán casos en los que sean las chicas
las que actúen del mismo modo por similares motivos. Uno de esos chicos,
después de unos meses, encontró otra novia fantástica que es ahora su mujer. El
otro chaval terminó una carrera brillante y ahora goza de una alegría
tamborilera siendo sacerdote y atendiendo una parroquia.
En nuestro mundo, una de las diferencias
complementarias más fascinantes es la que existe entre la feminidad y la masculinidad.
Sin diferencia no habría complementariedad pero...¡caramba, qué diferencia!
Esto viene a cuento de la actual percepción de los jóvenes, y no tan jóvenes,
de la sexualidad humana. Esta dimensión de toda la persona se ha hecho banal,
en muchos casos, pasando a ser una especie de interesante juego con riesgos.
Pero quien juega con fuego se acaba quemando.
Parece importante redescubrir qué es el amor,
una multiforme realidad que nos afecta profundamente. La pregunta de un joven:
-¿Hasta dónde puedo llegar con mi novia?,
fue respondida así por un profesor: -¿Hasta
dónde puedes llegar con tu abuela? Quiere
mucho a tu novia como novia, a tu abuela como abuela, a tus amigos como amigos,
a tus padres como padres, y –cuando te cases- a tu esposa como esposa. En
todas las dimensiones del amor hay un factor común: el respeto y la afirmación
de la identidad de la persona querida según nuestra relación real con ella. El
pensador Joseph Piepper escribió: “Querer a una persona no es quererla para mí,
sino querer lo mejor para ella”. Por esto el verdadero amor hace que seamos
mejores personas. En todo amor verdadero se da una afirmación de la identidad
de la persona querida y, por tanto, un respeto permanente.
La moralidad de un acto requiere que sean
morales el acto en sí mismo, la intención y las circunstancias. Las relaciones
sexuales conllevan la posibilidad de traer un nuevo hijo al mundo. Esto
requiere que las circunstancias adecuadas sean las de una situación estable,
responsable y capacitada; es decir: un matrimonio, una esposa y un esposo
unidos. Esto es lo que pide el ser de cada hijo, tan necesitado de alimento
como de estabilidad familiar. Por tanto, por mucha afectividad mutua que
exista, las relaciones sexuales extramatrimoniales prometen dar algo, en una
cuestión de vital importancia, de lo que no se pueden hacer responsables.
El recurso a la anticoncepción supone una
actitud claramente contraria a la naturaleza. “Dios perdona siempre, los
hombres algunas veces y la naturaleza nunca”, dice la sabiduría popular.
Fomentar ese tipo de actos genera hábitos que encadenan la conducta y la propia
psicología. El verdadero amor es el que da fruto. Alguien podría preguntarse
qué diferencia moral existe entre el llamado uso del matrimonio en periodos no
fértiles de la mujer y el empleo de preservativos. En el primer caso, debido a
motivos graves y temporales, los esposos asumirían la paternidad en caso de un
embarazo no previsto. En el segundo caso se excluye de raíz la procreación,
parte nuclear de la finalidad sexual matrimonial (Cfr. “Amor y
responsabilidad”. Juan Pablo II). Lógicamente, no hablamos ahora de los
matrimonios que por alguna deficiencia biológica no pueden tener hijos. Ellos
quizá pueden saber mejor que nadie que la paternidad o maternidad no sólo se
ejerce biológicamente.
El planteamiento descrito antes hace
necesaria una adecuada educación de la sexualidad. Suelo decir a mis alumnos
que si ven a algún colega que exhibe imágenes de personas que carecen de todo
pudor le pregunten –educadamente y sin
ánimo de herir- si le parecería bien que un familiar próximo a él adoptara ser
modelo de tales imágenes. Inmediatamente se demuestra que el ámbito familiar
redimensiona la sexualidad a su perspectiva
más humana.
LAS VIRTUDES
La
educación a lo largo de toda la vida requiere el ejercicio de virtudes: hábitos
operativos buenos. Hoy se
habla más de valores, lo que no me parece muy acertado. Los valores se refieren
más a la impresión subjetiva que provoca una determinada conducta. Se habla de
“tus valores” y de “mis valores”. No se menciona “tu código de virtudes” y “mi
versión de las virtudes”. Esto ocurre porque las virtudes tienen como fin un
bien real objetivo y no sólo una sensación de afección o desafección. Pienso
que los valores han de considerarse como consecuencia de las virtudes.
Las virtudes cardinales, etimológicamente
significan virtudes-quicio, siguen siendo la prudencia, la justicia, la
fortaleza y la templanza. Cuando una puerta se desquicia, su relación con el
exterior se hace muy complicada. Por el contrario, si el giro personal que abre
nuestra persona a la realidad es el correcto, surge la armonía con el mundo.
Pienso que hay personas, actualmente
bastantes jóvenes, que consideran la sexualidad como algo muy atractivo pero,
en el fondo, turbio. Se trata de un planteamiento inhumano y profundamente
anticristiano. La sexualidad es una realidad muy noble sin la que ninguno
existiríamos. El amor conyugal requiere la mutua entrega, donación y ayuda de
los esposos, y la procreación. Los hijos son amor que se hace persona. Los ojos
de los padres se encuentran en los de los hijos: es entonces cuando se ve con
claridad el sentido de la sexualidad en el amor humano.
¿NOSTALGIA O REALIDAD?
Mucha gente recordamos y vivimos con simpatía las entrañables y
misteriosas Noches de Reyes Magos, donde pensamiento y realidad casi se
identificaban. También hemos visto a familiares con cucuruchos de colores en la
cabeza, rodeados con mesas llenas de hamburguesas, ketchup, patatas fritas y bebidas
refrescantes en fiestas de cumpleaños. Las clases medias hemos dado mucho de sí
en esto de celebrar la vida con manteles de colores, matasuegras e idas y
venidas a las casas de los primos y los tíos.
En recientes tiempos bárbaros los chavales escalábamos riscos y nos
zambullíamos en aguas pantanosas a la búsqueda de sapos e, incluso, osábamos
pasárnoslo bomba yendo a cazar jilgueros, sin la más mínima intuición de delito
ecológico. Hoy se desea no estropear la naturaleza; salvo la de los propios
chavales tomando alucinógenos en las discotecas, y la de las chicas recibiendo
peligrosas descargas hormonales tras la ingesta de la píldora del día después,
dispensada benéficamente por algunas autoridades públicas.
Con una lógica demencial se extiende la idea del preservativo como una
suerte de remedio mágico, tratando a los jóvenes como si tuvieran mentes
inferiores a las bovinas y espíritus que desmerecerían de un honesto mandril.
No pueden entender algunas autoridades
partidarias de la sima mental y la depresión que, como decía Chesterton, la
pureza es el mejor ambiente para la pasión. No alcanzan a concebir la idea de
la concepción como un amor que se hace pureza y, por eso, vida. No pueden
entender estos prosélitos de la esterilidad que la vida es algo mucho más
grande que ellos mismos. Parecen desconocer que por encima de la calidad de
vida está la vida de calidad –como afirmaba el profesor Antonio Ruiz Retegui-
y, por esto, el esfuerzo, el autocontrol, e incluso el dolor pueden tener un
sentido profundo en la biografía humana.
VALENTÍA FAMILIAR
Un matrimonio atravesaba una cierta crisis,
no muy aguda. Por ser sus amigos hablaron de este problema con Stephen R.
Covey, conocido como “el Sócrates americano”. En un momento de la conversación
Covey, buscando revitalizar la mutua comprensión y ayuda de los cónyuges, les
preguntó qué habían hecho para tener hijos. El marido interpelado
contestó: -Usted lo sabe perfectamente. Entonces Covey concluyó: -Valoraron la diferencia. Una y otra vez
la solución está en afrontar con valentía el mundo de los demás
Cualquier ciudadano entrado en carnes y desentrenado brama, como
Bravehearth –héroe medieval escocés llevado al cine por Mel Gibson-, ante su
hija en peligro; desarrolla una agilidad superior a la de Spidermann para
llegar al hospital en que han ingresado a su mujer que pasa por un
apuro, y prefiere cien veces la vida de su hijo enfermo que la suya propia. Y
ante esta verdad profundamente humana, sin embargo, surgen periodos de la
historia que recurrentemente olvidan la categoría fantástica del hombre y se
caracterizan por una ignorancia, chabacanería y apogeo del cinismo, en el que
se esconde su no muy tardía destrucción. Porque llega un momento en que no se
puede seguir manteniendo por más tiempo una mentira en el fondo del corazón y
se anhela resucitar; resucitar a la vida, a la compañía, a la fidelidad, al
hogar.
Lo que es de vital importancia es que los partidarios de la vida no
dejemos de sembrar referencias para que quienes quieran, puedan volver a
sonreír y sentirse queridos, aceptados por algo que jamás se podrá extinguir:
la familia; la familia que da vida. Toca
a todo hombre y mujer de bien volver a poner a la familia en el lugar
socialmente reconocido y políticamente respaldado que se merece.
A LOS JÓVENES CON BAJÓN
Quizás hayas pensado
alguna vez que eres un o una “pobre idiota” que no va a dar mucho de sí. Tal
vez no veas un futuro profesional claro y, quizá, tampoco goces de una
situación familiar y académica adecuada. Pero también sabes que tienes amigos y
gente que te aprecia y que siempre encontrarás la opción alternativa a la del
“lado oscuro”: la de la luz. Es posible que si te digo que eres una hija o un
hijo del Gran Rey, no me creas.
Aunque no estés de acuerdo, tú vales mucho, no porque lo digas tú o,
mucho menos, yo, sino porque sencillamente hay verdades eternas, más profundas
que nosotros mismos y, a la luz de ellas, somos y nos podemos sentir
importantes. Cuando nos sabemos queridos de verdad, es cuando nos sabemos
buenos y es cuando somos generosos y nos damos a los demás con gozo. Entonces
empezamos a girar alrededor de las necesidades ajenas y renace, como un chorro
de alegría, las ganas de vivir. Pero hace falta ayuda, humildad y sacrificio
–tampoco tanto-. Tú decides.
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