Al escribir sobre una filosofía al
servicio de la fe queremos destacar el paralelismo que estableció Juan
Pablo II entre la filosofía y la Virgen María: “Mi último pensamiento se dirige
a Aquélla que la oración de la Iglesia invoca como Trono de la Sabiduría. Su misma vida es una verdadera parábola
capaz de iluminar las reflexiones que he expuesto. En efecto, se puede entrever
una gran correlación entre la vocación de la Santísima Virgen y la de la
auténtica filosofía. Igual que la Virgen fue llamada a ofrecer toda su
humanidad y feminidad a fin de que el Verbo de Dios pudiera encarnarse y
hacerse uno de nosotros, así la filosofía está llamada a prestar su aportación,
racional y crítica, para que la teología, como comprensión de la fe, sea fecunda
y eficaz. Al igual que María, en el consentimiento dado al anuncio de Gabriel,
nada perdió de su verdadera humanidad y libertad, así el pensamiento
filosófico, cuando acoge el requerimiento que procede de la verdad del
Evangelio, nada pierde de su autonomía, sino que siente como su búsqueda es
impulsada hacia su más alta realización. Esta verdad la habían comprendido muy
bien los santos monjes de la antigüedad cristiana, cuando llamaban a María « la
mesa intelectual de la fe ». En ella veían la imagen coherente de la verdadera
filosofía y estaban convencidos de que debían philosophari in Maria. Que el Trono de la Sabiduría sea puerto
seguro para quienes hacen de su vida la búsqueda de la sabiduría. Que el camino
hacia ella, último y auténtico fin de todo verdadero saber, se vea libre de
cualquier obstáculo por la intercesión de Aquella que, engendrando la Verdad y
conservándola en su corazón, la ha compartido con toda la humanidad para
siempre [1].
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