En los post anteriores aparece una breve explicación de los Diez Mandamientos. Está elaborada hace unos años y no cita encíclicas recientes. Sin embargo, pienso que puede ser útil y por esto lo ofrezco
Para la comprensión de la Moral Católica destacan como instrumentos
privilegiados el Catecismo de la Iglesia Católica y el Compendio del Catecismo.
Son de agradecer también algunos buenos manuales, más o menos extensos. Lo que
pretende este breve trabajo es hacer un modesto ejercicio de inteligencia de la
moral católica. Juan Pablo II insistía en la necesidad de pensar la fe.
Es importante que los católicos sepamos dar razón de nuestra fe. En algunos
países –pienso ahora en España- es paradójico observar como junto a muchos
millones de cristianos convive un ambiente de laicismo que pretende excluir la
influencia de la doctrina cristiana de la esfera pública. El Concilio Vaticano
II explicó con profundidad el derecho a la libertad religiosa. El cristianismo
es perfectamente compatible con la democracia. Es conocida la famosa frase de
Jesucristo “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Son
falsas y antidemocráticas las posiciones que pretenden encerrar la fe cristiana
en el ámbito del templo y de la propia conciencia. La doctrina católica tiene
pleno derecho de ciudadanía porque supone el ejercicio privado y público del
citado derecho a la libertad religiosa.
Es cierto que creer que Jesucristo es Dios hecho hombre requiere el don
divino de la fe y que esto es algo que no se debe imponer. Al mismo tiempo,
conocer más a fondo la doctrina de Jesús de Nazaret, incluso desde una posición
no creyente, puede ayudar a entender más la raíz cristiana: la filiación
divina, el saberse hijo querido de Dios.
Toda la doctrina cristiana y todos los mandamientos de la Ley de Dios
tienen un único modelo, Jesucristo. Esta es la manera de entender el
cristianismo. Suelen surgir puntos de fricción
con el Magisterio de la Iglesia cuando concreta el mensaje cristiano;
pero esto sucede por no entender o no querer darse cuenta de que, pese a los
defectos patentes de los cristianos –ya que somos hombres- Cristo y la Iglesia
son una misma cosa puesto que la Iglesia está donde está la Eucaristía, el
“Dios-con-nosotros”. La barca de Pedro no naufragará sino que llegará a puerto.
Decía Chesterton que tantas
cosas se vuelven santas sólo con volverlas del revés. Creer en que Jesucristo
es el Hijo de Dios es darse cuenta de que es Él quien ha creído antes en cada
uno de nosotros. Quizás muchos que desprecian o se muestran indiferentes ante
la doctrina cristiana se asombrarían si percibieran el amor con que Cristo les
estima; pero esto es ya un don de Dios. Un don que otorgará, sin duda, a todo
aquél que lo busque sinceramente.
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