1. La familia en el plan de Dios:
El
misterio más grande de la fe católica consiste en que Dios, siendo uno, es tres
Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios, en su intimidad, es Familia.
Jesucristo quiso venir al mundo en el seno de una familia. Estas verdades de fe
fortalecen la realidad humana de la familia. La familia supone los cimientos de
la propia identidad y personalidad. De su buen estado depende, en buena parte,
la felicidad de las personas y la dignificación de la sociedad.
La
comunidad conyugal está establecida sobre el consentimiento de los esposos. Un
consentimiento con promesa de fidelidad hecho cara a Dios. La familia es el
lugar donde se quiere a la persona por sí misma. Es el mejor sitio para “caerse muerto” y, por lo
mismo, para levantarse vivo todos los días. El matrimonio y la familia están
ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos.
El amor de los esposos y la generación de los hijos establecen entre los
miembros de la familia relaciones personales y responsabilidades primordiales.
El
cuarto mandamiento va acompañado de una promesa: la prolongación de nuestra
vida en la que hemos honrado a Dios al honrar a nuestros padres. En cualquier
caso hemos de aceptar la Providencia de Dios.
2. La familia y la sociedad
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que la
familia es la “célula original de la vida social” Es la sociedad natural en que el hombre y la mujer son llamados al don de sí en
el amor y en el don de la vida. La autoridad, la estabilidad y la vida de
relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad,
de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la
comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales,
se comienza a honrar a Dios y a usar bien de la libertad. La vida de familia es
iniciación a la vida en sociedad.
Afirma
el Catecismo que la comunidad política tiene el deber de honrar a la familia,
asistirla y asegurarle especialmente:
-La
libertad de fundar un hogar y de tener hijos.
-La
protección de la estabilidad del vínculo conyugal y de la institución familiar.
-La
libertad de profesar su fe, transmitirla, y educar a los hijos de acuerdo con
sus propias convicciones morales y religiosas.
-El
derecho a la propiedad privada, la libertad de iniciativa, de tener un trabajo,
una vivienda, el derecho a emigrar.
-Conforme
a las instituciones del país, el derecho a la atención médica, a la asistencia
a las personas de edad, a los subsidios familiares.
-La
protección de la seguridad y la higiene, especialmente por lo que se refiere a
los peligros como la droga, la pornografía, el alcoholismo, etc.
-La
libertad para formar asociaciones con otras familias y de estar así
representadas ante las autoridades civiles.
3. Deberes de los miembros de la familia
a)Deberes
de los hijos[2]:
La paternidad divina es la fuente de la paternidad humana; es el fundamento del
honor debido a los padres. El respeto a los padres es exigido por el precepto
divino (Éxodo, 20,12). El respeto a los padres -piedad filial- está hecho de
gratitud para quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han
traído sus hijos al mundo y los han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría
y en gracia.
…Mientras vive en el domicilio de sus padres, el hijo debe obedecer a
todo lo que éstos dispongan para su bien o el de la familia. San Pablo pide en
su Carta a los Colosenses: “Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque
esto es grato a Dios en el Señor” (Col 3, 20).
Es
propio de la edad adolescente una cierta rebeldía ante los padres. Los jóvenes
harán bien en pensar que junto a sus legítimos deseos de libertad han de vivir
la caridad con sus padres, entre otras maneras haciéndoles caso.
Cuando
se hacen mayores los hijos deben seguir respetando a sus padres. Deben prevenir
sus deseos, solicitar sus consejos y aceptar sus quejas justificadas. La
obediencia a los padres cesa con la emancipación de los hijos, pero no el
respeto que le es debido, el cual permanece para siempre. Este, en efecto,
tiene su raíz en el temor de Dios, que es uno de los dones del Espíritu Santo.
Cuado
pasan los años y nuestros padres, por ley de vida, ya no están con nosotros,
nos dará mucha paz el haberles procurado honrar en todas las etapas de su vida.
Es una actitud justa e inteligente vivir la gratitud con los padres mientras
podemos convivir con ellos. Ser buen hijo es también la mejor preparación para
ser buen padre.
b)Deberes de los padres[3]:
La fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de los
hijos, sino que debe extenderse a su educación moral y a su formación
espiritual. Los padres deben mirar a sus hijos como a hijos de Dios y respetarlos como personas humanas. Han de
educar a sus hijos en el cumplimiento de la ley de Dios, mostrándose ellos
mismos obedientes a la voluntad del Padre de los cielos: dando ejemplo. Del
mismo modo que dar a los hijos el alimento adecuado no es una imposición sino
un gozoso deber, algo parecido ocurre con la fe. Un cristiano que tiene fe
transmitirá este tesoro a sus hijos que, en su momento, lo harán fructificar o
no, según su libertad.
Padres
e hijos deben otorgarse generosamente y sin cansarse el mutuo perdón por las
ofensas…El afecto mutuo lo sugiere; la caridad de Cristo lo exige. Cuando
llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el derecho de
elegir su profesión y su estado de vida. Estas nuevas responsabilidades deberán
asumirlas en una relación de confianza con sus padres, pidiendo y recibiendo su
consejo con docilidad. Los padres deben cuidar de no presionar a sus hijos ni
en la elección de profesión ni en la de su futuro cónyuge; esto no impide
ayudarlos con consejos juiciosos.
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