Paseando con un amigo
vimos a un joven en silla de ruedas. Tenía una discapacidad severa de
nacimiento, la cabeza ladeada, la mirada ausente. Su padre, con una cara
resignada y bondadosa, le llevaba por la calle en un día de verano.
Veníamos de tomar unas
cervezas estupendas en una terraza, y toparnos con una situación bien distinta
a la nuestra nos dio que pensar. ¿Tenía aquél chico alguna culpa de su estado?
Evidentemente no. ¿Y sus padres? No tengo ninguna evidencia, pero seguro que
tampoco. ¿Existe algún sentido para aquella dura situación personal de por
vida? Y si no lo tuviera … ¿Qué sentido tendría la vida agradable de muchos
otros?
El absurdo profundo es la
contradicción plena, lo imposible. El absurdo no tiene consistencia para
generar realidad. Lo que ocurre es que lo real es mucho más grande que nuestras
expectativas y entendederas. No siempre entendemos el sentido de lo que sucede,
pero esto no significa que no lo tenga.
Me parece interesante la
siguiente reflexión de una chica que padece otra discapacidad: “hay que
transformar el por qué en un para qué”. En la vida hay cosas que controlamos, y
otras muchas que no. Nos gusta que las cosas nos salgan según prevemos, como es
lógico; pero no siempre es así. Pueden sucedernos bastantes cosas que no
dependen de nosotros, pero lo que sí depende de nosotros es la respuesta
personal que damos a estas situaciones. Ajustarnos a estos parámetros supone el
modo acertado de vivir.
Una enseñanza dice que la
sabiduría está en no confundir los hechos con la realidad. Ciertamente los
hechos son importantes, pero también es real e importante la interpretación que
damos de los mismos. Dar absoluta prioridad a los hechos, sin valorar las
intenciones, es caer en un materialismo o un determinismo sin alma. No hablo
ahora de un subjetivismo ramplón, en el que cada uno piensa lo que le dé la
gana y tuerce la realidad a su antojo. Estoy considerando tantas buenas
intenciones que dan luz interior a vidas sencillas, que pasan ocultas a ojos de
muchos, pero que están llenas de verdad y de sentido cuajado en obras de
servicio.
Si vemos a un enfermo
crónico que lleva su enfermedad con salero y sentido positivo, esa persona no
nos parece absurda sino admirable. Un hombre que tiene alguna limitación física
o psicológica y es capaz de reírse un poco de sí mismo, sin desengaño y con
simpatía, es un genio. Personalmente he conocido unas cuantas personas así, y
se aprende mucho de ellas.
Hay quienes explican que
esta vida es como un tapiz, del que solamente vemos la parte de los nudos. Esto
sucede porque la vida es una paradoja. En clase, a mis alumnos y alumnas, suelo
compararles la vida con un pañuelo que tiene una característica. Tal pañuelo se
extiende liso y flamante hasta que aparece un molesto nudo. Mientras se deshace
un nudo en nuestra existencia experimentamos dolor, y a nadie nos gusta. Pero qué paz tenemos
cuando se resuelve el asunto.
No siempre entendemos que la vida tiene nudos; especialmente los interiores a nosotros como el egoísmo, la ingratitud, la envidia, la inmoralidad. El dolor puede ser el medio providencial para deshacer esos nudos, si queremos. Entonces aprendemos a ser más humildes y más agradecidos; es decir: nos hacemos mejores. Aquél niño enfermo tenía una vida llena de sentido, ese que me falta a mí para darme cuenta de lo que tengo que mejorar como persona.
José Ignacio Moreno Iturralde
2 comments:
Totalmente de acuerdo, José Ignacio. Excelente reflexión.
Gracias, Don Javier.
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