Tuesday, August 22, 2023

El valor de la sonrisa cotidiana.


Hace tiempo recuerdo con gozo el canturrear de unos albañiles trabajando en plena faena. En otra ocasión, una camarera de mi barrio me puso un estupendo manojo de churros con la mejor de sus sonrisas que, sin embargo, no podía esconder una cara de gran cansancio. Después de preguntarle, me dijo que se había pasado la noche en vela en un hospital cuidando a su hija. Cosas como estas afloran más que las setas en noviembre y no deberíamos olvidarlo. Una cosa es un optimismo sin sentido y otra el sinsentido de vivir sin optimismo. Toda persona con cierta madurez se da cuenta del enorme caudal de injusticias que se vierten en el río de la vida. En otras ocasiones se producen catástrofes o accidentes, que pueden ser objeto de noticias precisamente por su anormalidad. Además, con frecuencia, se presenta como normal una perspectiva ceniza, gris y anormal de la existencia.

Si se extinguieran los elefantes, nos alegraríamos de ver una pareja de paquidermos supervivientes barritando por la sabana. Si nos viéramos dentro de una ciudad abandonada, sin un alma a la vista, es probable que nos llenáramos de desolación. Si ya nadie nos corrige porque a nadie importamos un bledo, comenzaríamos a sentirnos insignificantes.

Como ya escribiera Chesterton en su libro Ortodoxia hay algo en nosotros que está vuelto del revés. La condición nativa del ser humano, sigue diciendo este autor, debería ser la alegría. Pero tantas veces no sucede así. Está claro que hay momentos, incluso etapas, especialmente duras que no se prestan al jolgorio. Pero lo que es ridículo es poner cara de hombre duro y avinagrado ante el espectáculo de la existencia.

Durante algunas enfermedades la comida nos sabe poco. Quizás tengamos el espíritu enfermo, y por esto también la vida cotidiana nos sabe a poco. Chesterton relaciona esta actitud con el pecado original, ese dogma cristiano sin el que es muy difícil entender a la humanidad y entenderse a uno mismo.

La humildad de reconocer que no somos causa de nuestra vida, y la gratitud ante ella, pueden revitalizar nuestro ánimo dando a nuestro vivir sencillez, fortaleza, espíritu práctico, y ganas de tirar hacia adelante para que otros lo hagan también.

La eudaimonía de los griegos, eso de llevarse bien con uno mismo para ser feliz, pasa por nuestra capacidad de convivir con los demás. Y en esta escuela del saber querer hay mucho en lo que esforzarse para ir aprendiendo. Sucede entonces que las pequeñas, o no tan pequeñas, meteduras de pata diarias son motivo de superación y de cierto enfado, pero nunca son un expediente para la desesperación. ¿Cómo es posible que esto me ocurra a mí?... Es una pregunta formulada con parámetros equivocados… Claro que es posible que me cueste esto o lo otro, porque tengo cierta inclinación a caer de bruces. Tal vez esto también sucede para que nos demos menos importancia.

La vida cristiana pone un gran complemento real a nuestras vidas: la ayuda divina se experimenta como algo necesario para vivir más humanamente. Y es esta precariedad nuestra, levantada y asistida por fuerzas superiores a nosotros mismos, la que nos hace vivir con más alegría y a veces también con sentido del humor. Se redescubre que hay gente que nos quiere y esto nos llena de sentido, que es en el fondo lo que nos hace capaces de sonreír con franqueza.

 

José Ignacio Moreno Iturralde

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