Al dar un paseo por
lugares que nos recuerdan cosas entrañables, uno puede tener nostalgia y cierta
sensación de fracaso. Pero esto se puede cambiar radicalmente y vamos a
intentar explicarlo.
Cada persona tiene
sensaciones agradables o dolorosas, que pueden ser interpretadas de modos muy
distintos. Un atleta, al límite de sus fuerzas, está feliz si en pocos metros
va a conseguir la victoria de la carrera. Un rico almuerzo, tomado después de
conocer una mala noticia familiar, puede no disfrutarse en absoluto.
También tenemos
sentimientos y afectos; que podemos seguir o, por el contrario, ponerles un
notorio stop. Hay amores que me hacen ser mejor persona y otros que no, y uno es
capaz de distinguirlos y de tomar determinaciones al respecto.
En ocasiones surgen
pensamientos, quizás aparentemente lógicos, que enrarecen nuestra mente con un
pesimismo estéril. Otras veces, intenta surgir un falso optimismo mental, que
elude nuestras culpas y responsabilidades. En cualquier caso, siempre podemos modificar
nuestros pensamientos con realismo, veracidad y esperanza.
Observamos que en cada
una y cada uno existe un núcleo personal, que es alguien que va más allá de nuestras
sensaciones, afectos y pensamientos. Este centro de la persona se relaciona con
el mundo a través de las citadas capacidades sensitivas, emocionales y
racionales. Con inteligencia y voluntad buena nos damos cuenta de la existencia
de miles de millones de semejantes; cada uno con sus inquietudes e ilusiones.
Es normal velar por los propios intereses, pero es muy bueno intentar procurar
el máximo bien para todo el mundo. Esto significa que cada persona está abierta
a vivir una vida compartida con los demás, especialmente con nuestros seres más
queridos y cercanos.
La apertura de la persona
a la realidad valora todo lo bueno de la existencia, sin desconocer los
problemas y calamidades que surgen. Pero siempre nos resulta animante e
inspirador la vida de quienes viven ayudando a los demás con alegría. Quienes
así obran, frecuentemente están abiertos a una realidad divina que compensa los
desengaños que algunos puedan ocasionarnos. Esta cima de realidad se vislumbra
como un Dios personal que puede ayudar a cambiar la intimidad de nuestro yo,
contando con nuestra libertad.
El cristianismo nos habla
de un Dios Padre cuya mirada respecto al mundo, y especialmente hacia nosotros,
es positiva y animante. Su justicia es también real, pero se trata de una
justicia fusionada con una inefable misericordia. Por muy desenfocada que
pudiera estar nuestra existencia, la aceptación libre de realidad divina puede
transformarnos de raíz, haciéndonos capaces de ser mejores. Entonces entendemos
que somos seres profundamente queridos, y que con Él y con los demás nuestra
vida cobra una luz maravillosa.
José Ignacio Moreno Iturralde
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