Es admirable observar la
preocupación que muchos sectores de la política y de la opinión pública manifiestan
sobre la igualdad de derechos entre las personas. Aquí se incluye la
sensibilidad hacia los migrantes y los pobres. Se revela en estas
declaraciones, sobre todo si traducen en hechos y no solo se quedan en palabras,
la sociabilidad humana.
Sin embargo, cuando de lo que se
habla es de fortalecer la unidad familiar entre el hombre y la mujer, así como
de defender la vida del ser humano en el seno materno, el discurso de muchos cambia
radicalmente. La unión familiar, cuna de la vida, es totalmente relativizada,
siendo absolutamente aceptado que se pueda romper cuantas veces haga falta. La
vida del concebido y no nacido -ese que todos fuimos- se considera sin ningún
valor por sí misma, salvo el que sus progenitores le quieran dar.
Cuando la persona humana es un
individuo de su especie, entendido en la práctica, como un ser puramente
material se pueden tener en cuenta algunas de sus aspiraciones, pero no se
llega al núcleo de la persona. Un ser humano no es solamente un conjunto de
necesidades y de estados de ánimo. Una persona es ante todo alguien que puede
dar un sentido libre a lo que le sucede. Las decisiones personales no se
reducen a partículas elementales; no solo son materiales, sino también
espirituales. Los hombres y las mujeres creamos lazos, tenemos compromisos y
responsabilidades, buscamos nuestra vocación en la vida: todo esto son
manifestaciones de un espíritu que trasciende la materia. Y ese espíritu, por
ser distinto a la materia, no depende exclusivamente de las condiciones
materiales en las que se alberga. Por esto sabemos que un enfermo grave o un discapacitado
son seres humanos dignos, como cualquier otro.
Cuando nos sacudimos el yugo de
nuestra más asequible y comprometedora sociabilidad, la de nuestros familiares
más cercanos, terminamos por no entender nuestra propia vida. Claro está que
hay situaciones concretas muy complejas que requieren un trato específico, pero
hemos de ayudar todo lo posible a quienes tenemos más cerca: así es como somos
verdaderamente humanos y sociales. Por esto la sabiduría de muchas civilizaciones
no ha hablado tanto de respeto al género humano, sino de respeto al prójimo: el
que de hecho representa a la humanidad.
José Ignacio Moreno Iturralde
No comments:
Post a Comment