Seguimos con interés la actualidad: las
infecciones de covid en China, la guerra de Ucrania, así como la pena que
muchos tenemos por el fallecimiento de un hombre tan bueno e inteligente como
Benedicto XVI.
Pensamos a menudo qué podemos hacer por el
mundo, al mismo tiempo que queremos promocionarnos profesional y económicamente
todo lo posible, como es lógico. Trabajamos duro, vamos rápido por la vida,
tenemos mucho que aprender y que lograr. Todo esto está muy bien, pero a veces
uno se pregunta qué es lo
verdaderamente importante. Entonces, nos damos más cuenta de lo decisivo que es
nuestro modo de ser personal, nuestra actitud en las cosas pequeñas y sencillas
de cada día. Sin embargo, la cordialidad, el buen humor o el afán de servir a
los demás, nos quedan a algunos, frecuentemente, como metas latentes a las que
prestamos poca atención para mejorar de manera concreta. Una pregunta bastante
demoledora es esta: ¿Soy la alegría de mi casa? Podemos desanimarnos al
responder; pero es más útil intentar serlo en cosas sencillas que alegren la
vida a los demás, contribuyendo así a que la mía sea la casa de la alegría.
De lo que estamos hablando es de una recia
escuela, que requiere de sacrificio y de propósitos serios para hacerla
realidad. Algo esconde la vida cotidiana, porque siendo tan asequible no
resulta fácil bordarla. A veces podemos tener problemas serios, pero en muchas
otras ocasiones nos amargamos con memeces que debiéramos rechazar de plano. Se
pone así de manifiesto nuestra patente debilidad: pudiendo cantar la gratitud,
preferimos en ocasiones la queja y el lamento. Sin embargo, esto puede ser
motivo de reírnos un poco de nosotros mismos, y darnos cuenta de que somos
seres filiales y dependientes. Necesitamos el ánimo de los que nos quieren.
También nos hacen falta luces más profundas para entender el enigma de la
realidad y el sentido profundo de nuestra vida.
Toda la revelación cristiana nos ofrece la llave de interpretación de los misterios más altos. Pero, al mismo tiempo, nos brinda la posibilidad de vivir con alegría y con esperanza la vida normal y corriente. Lo que tantos y tantas viven bien cada jornada, no sale con frecuencia en los medios de comunicación, pero queda grabado en las entrañas de los corazones y de la eternidad. Por esto pienso que la vida eterna, siendo inefable, tiene bastante que ver con levantarse por la mañana, tomar un café, salir al trabajo o ver un partido de fútbol. Tal vez el Cielo sea nuestra biografía en el mundo, sanada, querida y abierta a la mirada y la inmensidad de Dios. Entre tanto, cada día, cada instante, es una posibilidad de vivir mejor lo verdaderamente importante.
José Ignacio Moreno Iturralde
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