Un hijo o una hija es una
fuente de ilusiones y de esperanzas. También puede serlo un nieto o un sobrino,
incluso un alumno. Un adulto deposita, con frecuencia, su esperanza sobre algún
joven muy apreciado. Es una fuente de alegría verle crecer y abrirse camino en
la vida. Pero, a veces, aquel joven toma un mal camino y nos hace
sufrir. Todo lo que habíamos invertido en él, o en ella, parece que se
desmorona. Aunque sabemos que existe la libertad, que la vida es una caja de
sorpresas y que siempre es tiempo de rectificar.
Por otra parte, también
cada uno de nosotros hemos sido ese joven tan querido, tal vez sin
que hayamos reflexionado mucho sobre esto. Ha pasado el tiempo y algunos
tenemos ya una edad respetable… ¿Podemos todavía tomarnos el lujo de considerar
que seguimos siendo un hijo del alma? Si encontramos una respuesta
afirmativa, entramos en una dimensión nueva y animante de la vida. Nos
damos cuenta de que si alguien nos valora así, no podemos defraudarle y tenemos
que mejorar.
José Ignacio Moreno
Iturralde
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