Es lógico querer zamparse el bollo más
rico de la mesa, en una merienda con amigos. Pero no es muy elegante. Sin
embargo, hay muchos aspectos en los que puede y debe manifestarse un sano amor
por uno mismo, desde el alimento hasta un proyecto profesional.
Por otra parte, todo el mundo valora la
sociabilidad y la generosidad. Varios estudiosos de la felicidad coinciden en
que esta vivencia del ser humano está muy relacionada con las relaciones con
las demás personas. “Cada amigo me revela parte de mi yo”, decía C.S. Lewis.
Hay muchos aspectos de mi propia identidad que llego a desarrollar gracias a
los demás. Ir a repartir comida a gente pobre, en una parroquia de barriada, no
parece un plan muy divertido. Pero cuando uno lo hace, termina más contento que
habiéndose tomado unas cervezas con los amigos. Aunque, bien pensado, pueden
hacerse ambas cosas.
El interior de nuestro espíritu está
necesariamente abierto a las necesidades de los otros, especialmente de
nuestros familiares y seres más cercanos. Dedicar tiempo abundante a los demás puede
ser costoso y pesado; pero se trata del peso de la verdad.
Todo esto parte del respeto a los otros,
que es quizás la primera forma de amor; el primer modo de valorar la identidad
del otro u otra. Cuando ayudo a alguien, también me estoy ayudando a mí mismo. ¿Por
qué? Porque cada persona representa a la humanidad. Lo que hago con un
necesitado que se cruza en mi camino, lo estoy haciendo de alguna manera con
todo el mundo. Estamos interiormente enlazados unos con otros, aunque tengamos
legítimas diferencias, gustos y puntos de vista.
No se trata de ser tonto. En ocasiones hay
que corregir. Si hay que denunciar la injusticia que alguien nos ha hecho,
puede ser un deber hacerlo y defenderse. Pero en el mundo esto parece estar
claro. Lo que no lo está tanto es darse cuenta que la lógica del yo y la lógica
de los demás, bien vividas, son la misma. Claro que hay que combatir lo que entendemos
que es un error, que algunos defienden. Tampoco hay que estar funcionando de
cara a la galería. Pero algo distinto es pensar que si te das a los demás, lo
que recibes son injurias y patadas. Puede ser cierto, en ocasiones. Sin embargo,
si persistes en esta actitud, llegas a ser una persona valorada y querida. Lo
que resulta patético es un tipo egoísta que acaba solo y despreciado, sino
cambia.
Cuando tengo una referencia sólida para
saberme incondicionalmente querido, es cuando seré capaz de querer bien a los
demás. Pero solo podré hacerlo, desde la convicción de que tal actitud es la
expresión de una ley de realización interna y originaria de nuestro ser: la
entrega personal. Machado decía “la monedita del alma, se pierde si no se da”. Y
esta ley, como la de la libertad, no nos la hemos puesto a nosotros mismos,
sino que nos viene dada por alguien superior que es total donación dentro de sí,
tal y como explica la revelación cristiana. De esta manera, aunque meta la pata
de vez en cuando, o las cosas no me salgan muy bien, o no me sienta muy
correspondido, tendré la convicción suficiente de darme cuenta que mi lógica y
la de los demás puede llegar a ser la misma.
José Ignacio Moreno Iturralde
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