Friday, June 23, 2023

Sencillez y aceptación de la propia vida.

Se han escrito muchos libros y ensayos sobre la felicidad. Pero lo verdaderamente relevante es encontrarse con una persona feliz. Se dirá que la felicidad es un estado incierto e intermitente, pero la verdad es que hay quienes lo tienen bastante consolidado. Parece que el salero y la alegría les salen sin esfuerzo, que les son connaturales. No estoy muy seguro de que sea así. Vienen a mi memoria varios familiares y amigos, destacables por su acierto en el vivir. Se trata de personas maduras, que han tenido que afrontar problemas serios y que, sin embargo, dan un tono alegre y atractivo a sus vidas y a la de quienes los rodean. Son personas que nos dan referencias. Una virtud destaca en ellos y ellas, quizás no la más importante pero si muy resultona: la sencillez. Al escuchar esta palabra, habrá a quienes les produzca rechazo: asocian sencillez con monotonía, aburrimiento, o espíritu básico. Esta interpretación es superficial. La sencillez da fuerza interior, descomplica, permite centrar el tiro en lo que verdaderamente importa, llamar a las cosas por su nombre, y no preocuparse en exceso por cosas que realmente no merecen la pena. A quienes viven así también se les puede considerar “personas bombilla”, tal y como les llama Viktor Küppers, en sus animantes sesiones de motivación. La luz de estas personalidades no es deslumbrante, pero sí entrañable, e ilumina el hogar y el interior de quienes tienen cerca.

Recuerdo una ocasión en la que un familiar muy querido tuvo que sufrir una seria humillación. Su rostro contrariado no manifestó indignación ni rebeldía, sino una sencilla y sabia aceptación, ya que en la vida, con cierta frecuencia, hay que tragar cosas desagradables. Comprendo que, al no especificar más, haya quienes no estén de acuerdo con esta postura. Pero para mí ese ejemplo ha sido de enorme utilidad al tener que asimilar algunas situaciones molestas, procurando darlas una respuesta serena e inteligente.

La sencillez apunta a algo profundo, en ocasiones difícil y siempre asequible: la aceptación de la propia vida. Claro que somos libres, y que tenemos que procurar mejorar nuestra situación personal y el mundo que nos rodea. Pero lo más urgente es procurar estar en paz con nosotros mismos. Como somos seres familiares y sociales, solo podemos lograrlo si tenemos una buena relación con nuestros familiares y conocidos. Es decir: solo se puede aspirar a ser feliz si uno aprende a querer.

El rotundo ejemplo de aceptación de la propia vida que vemos en Cristo, es una fuente de luz y de gracia para los cristianos y para todo hombre de bien. El misterio del Dios hecho hombre es inabarcable, pero tiene mucho que decirnos respecto a amores no correspondidos, traiciones y sufrimientos. Al mismo tiempo nos habla de alegría, de sabiduría, de amor maduro, de generosidad, de resurrección y de renovación de todas las cosas.

La aceptación de la propia vida no es fruto de un ejercicio de autoayuda; es un don recibido, que hay que pedir, y libremente asumido, por el que una persona se sabe profundamente querida por alguien que es muy valorado por ella. El teólogo español Antonio Ruiz Retegui afirmaba que San Agustín no cambiaría su tempestuosa vida por la del virginal San Luis Gonzaga; sencillamente porque no era la suya. Al entender la propia existencia con un componente providencial, que no depende de la propia voluntad, se encuentra el sistema de referencia adecuado para entenderla y vivirla mucho mejor.


José Ignacio Moreno Iturralde

 

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