Hay grandes personajes de la
política mundial que han decidido cuestiones cruciales para la humanidad. Con
el paso de unas pocas décadas, algunos medios de comunicación nos dan una
noticia marginal acerca del estado de gravedad y dependencia de alguna de esas
personalidades. Son momentos del exmandatario que quedan en la intimidad de su
persona y de su familia. La dignidad humana es, ante todo, un don, un regalo, y
por esto también esas circunstancias de enfermedad o limitación son relevantes,
porque forman parte de una misma biografía.
La autonomía personal, así como
nuestros objetivos y logros, son algo muy valioso; pero existen otros hechos
que no dependen totalmente de nuestras decisiones; por ejemplo: la valoración
que los demás tengan de una o de uno. Necesitamos de luces distintas a nosotros
mismos para saber quiénes somos realmente, y qué es en lo que podemos cambiar.
No se trata de vivir de cara a la galería, pero tampoco de formar parte de la
galería de peligrosos personajes que han hecho de su propia conciencia una
instancia máxima e inapelable. Éstos se han privado de la sana costumbre de ser
corregidos; algo clave en la condición humana.
Saberse competente en algo es
satisfactorio, pero es mucho más valioso saberse querido. Cuando alguien que
valoramos nos quiere, nos sentimos llenos de sentido. Esto sucede porque no
somos imagen y semejanza de nosotros mismos. Necesitamos de los demás para
conocernos. También es verdad que hay decisiones que uno puede, incluso debe,
tomar en contra de la opinión de muchos. Cien ojos ven más que dos, pero no
siempre. La mayoría no es un criterio último de moralidad.
Las personas que han hecho de su
vida un servicio a los demás suelen ser mucho más felices que las que viven,
ante todo, para sí mismas. Pero los demás por sí mismos, no son un motivo
totalmente suficiente. Hay ocasiones en que la generosidad es pagada con la
burla, el desprecio, incluso la muerte. Esto nos lleva a la necesidad de buscar
la trascendencia, el factor divino, como un agarradero seguro para que la vida
de entrega tenga un fundamento suficiente. Se trata de algo que no vemos, que
escapa a nuestro control y a nuestra autonomía. Pero es la opción que, con
sólidas razones y libremente tomada, nos permite llevar a cabo con firmeza un
estilo de vida generoso, que es paradójicamente el que más felices puede
hacernos.
Por supuesto que existe un noble
y saludable amor propio que nos lleva a aspiraciones legítimas y nobles, que
contribuyen a nuestra felicidad. Pero centrarse solo en esto es una visión
sesgada e irreal de nuestro modo de ser. La luz de nuestra vida se alcanza de
un modo indirecto. Esto sucede en diversas circunstancias: al abrir las
persianas por la mañana, ante la sonrisa de un hijo o de una hija, al optar por
una reforma personal ante un fracaso, o ante una actitud de confianza en Dios.
Cuando no cuento solamente conmigo mismo, es cuando estoy más seguro de mí
mismo.
José Ignacio Moreno Iturralde
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