Estar contento es algo
propio de la niñez. La luz hogareña de las navidades, la increíble magia de las
noches de Reyes Magos, los capones asados en la mesa, los juguetes, las eternas
vacaciones de verano, o las excursiones al monte descubriendo ranas y jilgueros
son momentos memorables de nuestras biografías. Sabemos que hay muchos niños y
niñas que no han podido disfrutar de estas cosas, cosa que nos apena y nos
puede mover a valorarlas mucho más.
La adolescencia, esa
etapa interesante y revuelta de la primera juventud, se caracteriza por una
cierta pose y desengaño ante la realidad. El impetuoso deseo de forjar la
propia identidad lleva a intentar dejar en un rincón, que siempre permanecerá,
las cosas y relaciones propias de la niñez. El adolescente, de modo general, se
pregunta por muchas cosas y es tremendamente dependiente de su imagen respecto
a sus amigos, precisamente porque no tiene muy claro quién es. Pero esta etapa
es también la de los grandes ideales, la de soñar despierto con una vida bonita
y aventurera. Si las rupturas familiares, el exceso de tecnología, la diversión
desenfrenada y la pornografía ahogaran las semillas de la juventud, y algo o
bastante de esto ocurre, tenemos un severo problema de civilización. De todos
modos, la humanidad ha salido de atolladeros más graves como los sucedidos en
las pavorosas guerras mundiales. Hay en la naturaleza humana una imagen y
semejanza divina que resurge con fuerza de modos poco previsibles.
Preguntar a un adulto si
es feliz o si está contento puede resultar comprometido, incluso ofensivo.
Entender que una vida lograda es compatible con que las cosas no siempre salgan
como pensamos, no es solo conveniente sino necesario. Captar que la realización
personal es consecuencia indirecta de afrontar la realidad que me toca vivir,
desarrolla el sentido común y, algunas veces, el sentido del humor. Pero la
madurez sabia no es el realismo gris del que simplemente cumple su deber. “Es
lo que hay” es una frase recurrente, que se queda coja sino se entiende que lo
que hay es mucho. Esto enlace con la idea y la experiencia de la gratitud.
Frente al sinsentido de una vida por casualidad, que tiendo a poseer en
propiedad, se ofrece un panorama distinto y abierto: la vida como un regalo que
tengo que saber agradecer y donar. Y éste es, paradójicamente, el presupuesto
necesario para ser feliz.
Todos los dolores y
dificultades de este mundo pueden ser superados si se encuentra un sentido para
todos ellos. No solo eso, sino que los problemas pueden ser fuente de
sabiduría. Una vez un profesor veterano le dijo a un alumno de unos 17 años lo
siguiente: “Tú piensas que porque te portas mal estás triste; pero sucede lo
contrario: porque estás triste te portas mal”. El muchacho salió reconfortado y
con una visión más bonita de su vida. Tal consejo no se da así sin una rica y
profunda experiencia, que probablemente ha tenido que superar adversidades. Ser
un adulto animante es una de las mejores cualidades que alguien puede tener. Es
ese tipo de personas a las que un joven mira y, por dentro, dice: “de mayor me
gustaría ser así”.
La ancianidad se asocia a
limitaciones y enfermedades. No parece una etapa apetecible para la vida. Y,
sin embargo, todos nos damos cuenta de la gran riqueza que comporta. Cuando uno
encuentra algún abuelo o abuela simpático y entrañable, ha encontrado un
tesoro. Es evidente el inmenso cariño de los nietos por sus abuelos y, con más
motivo aún sucede al revés.
Los exigentes compromisos
familiares y la experiencia del regalo personal de la vida son los parámetros
que llevaban al escritor Chesterton a afirmar el sentido positivo de la
existencia con su inigualable chispa y agudeza. Por esto, su reflexión sobre el
mundo, sin esconder los patéticos problemas que ocurren, le llevaban a una
mentalidad superadora, victoriosa y simpática. Nos venía a decir, a mi
entender, algo clave: que un hombre o una mujer son más humanos cuando están
contentos. No siempre es fácil; a veces,
incluso, no es posible, pero es algo a lo que, pese a todo, podemos aspirar. El
valle de lágrimas cristiano puede albergar también muy buenos momentos, incluso
hay en ocasiones lágrimas de alegría. Muchos santos nos han dicho que Dios nos
quiere contentos; por tanto, podemos pedirle a Él su ayuda para tan buen propósito.
José Ignacio Moreno Iturralde
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