Saturday, June 24, 2023

Estar contento.

Estar contento es algo propio de la niñez. La luz hogareña de las navidades, la increíble magia de las noches de Reyes Magos, los capones asados en la mesa, los juguetes, las eternas vacaciones de verano, o las excursiones al monte descubriendo ranas y jilgueros son momentos memorables de nuestras biografías. Sabemos que hay muchos niños y niñas que no han podido disfrutar de estas cosas, cosa que nos apena y nos puede mover a valorarlas mucho más.

La adolescencia, esa etapa interesante y revuelta de la primera juventud, se caracteriza por una cierta pose y desengaño ante la realidad. El impetuoso deseo de forjar la propia identidad lleva a intentar dejar en un rincón, que siempre permanecerá, las cosas y relaciones propias de la niñez. El adolescente, de modo general, se pregunta por muchas cosas y es tremendamente dependiente de su imagen respecto a sus amigos, precisamente porque no tiene muy claro quién es. Pero esta etapa es también la de los grandes ideales, la de soñar despierto con una vida bonita y aventurera. Si las rupturas familiares, el exceso de tecnología, la diversión desenfrenada y la pornografía ahogaran las semillas de la juventud, y algo o bastante de esto ocurre, tenemos un severo problema de civilización. De todos modos, la humanidad ha salido de atolladeros más graves como los sucedidos en las pavorosas guerras mundiales. Hay en la naturaleza humana una imagen y semejanza divina que resurge con fuerza de modos poco previsibles.

Preguntar a un adulto si es feliz o si está contento puede resultar comprometido, incluso ofensivo. Entender que una vida lograda es compatible con que las cosas no siempre salgan como pensamos, no es solo conveniente sino necesario. Captar que la realización personal es consecuencia indirecta de afrontar la realidad que me toca vivir, desarrolla el sentido común y, algunas veces, el sentido del humor. Pero la madurez sabia no es el realismo gris del que simplemente cumple su deber. “Es lo que hay” es una frase recurrente, que se queda coja sino se entiende que lo que hay es mucho. Esto enlace con la idea y la experiencia de la gratitud. Frente al sinsentido de una vida por casualidad, que tiendo a poseer en propiedad, se ofrece un panorama distinto y abierto: la vida como un regalo que tengo que saber agradecer y donar. Y éste es, paradójicamente, el presupuesto necesario para ser feliz.

Todos los dolores y dificultades de este mundo pueden ser superados si se encuentra un sentido para todos ellos. No solo eso, sino que los problemas pueden ser fuente de sabiduría. Una vez un profesor veterano le dijo a un alumno de unos 17 años lo siguiente: “Tú piensas que porque te portas mal estás triste; pero sucede lo contrario: porque estás triste te portas mal”. El muchacho salió reconfortado y con una visión más bonita de su vida. Tal consejo no se da así sin una rica y profunda experiencia, que probablemente ha tenido que superar adversidades. Ser un adulto animante es una de las mejores cualidades que alguien puede tener. Es ese tipo de personas a las que un joven mira y, por dentro, dice: “de mayor me gustaría ser así”.

La ancianidad se asocia a limitaciones y enfermedades. No parece una etapa apetecible para la vida. Y, sin embargo, todos nos damos cuenta de la gran riqueza que comporta. Cuando uno encuentra algún abuelo o abuela simpático y entrañable, ha encontrado un tesoro. Es evidente el inmenso cariño de los nietos por sus abuelos y, con más motivo aún sucede al revés.

Los exigentes compromisos familiares y la experiencia del regalo personal de la vida son los parámetros que llevaban al escritor Chesterton a afirmar el sentido positivo de la existencia con su inigualable chispa y agudeza. Por esto, su reflexión sobre el mundo, sin esconder los patéticos problemas que ocurren, le llevaban a una mentalidad superadora, victoriosa y simpática. Nos venía a decir, a mi entender, algo clave: que un hombre o una mujer son más humanos cuando están contentos.  No siempre es fácil; a veces, incluso, no es posible, pero es algo a lo que, pese a todo, podemos aspirar. El valle de lágrimas cristiano puede albergar también muy buenos momentos, incluso hay en ocasiones lágrimas de alegría. Muchos santos nos han dicho que Dios nos quiere contentos; por tanto, podemos pedirle a Él su ayuda para tan buen propósito.


José Ignacio Moreno Iturralde

 

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