El obrar sigue al ser, dice la sabia
sentencia clásica; sin embargo, podemos estar forjando un mundo occidental en el que
parece que sucede lo contrario: somos nuestro currículum y cuenta bancaria.
Estos logros profesionales y económicos tienen un gran interés; incluso hay
quien dice que el dinero no da la felicidad, pero la financia. Puede que tenga
parte de razón; pero, por ejemplo, son pocas las preocupaciones financieras de un niño
durante la navidad, y es notorio la profunda satisfacción con vive esta época del año.
Tener cuajo, seguridad, paz interior e
integridad personal, no son asignaturas de ningún prestigioso máster; aunque en estas cualidades están los tesoros escondidos que configuran personalidades recias y alegres,
aptas para la felicidad. La falta de armonía interior es un dato de partida con
el que hay que contar y contra el que hay que luchar. Quien no lo admite, por
falta de sentido común, no hará más que aumentar este triste desorden. Sin embargo, toda persona sensata que se levanta por las mañanas y, al mirarse en
el espejo, ve su notoria insuficiencia, está en condiciones de poder reírse de
sí mismo y de aprender a jugar en equipo con los demás.
Vernos desde quienes nos aprecian, es una
buena manera de conocerse y mejorar. Pero además hay algo más íntimo que revelan nuestros
desequilibrios y contradicciones: la inestabilidad propia puede ser un síntoma de que tenemos que
abrirnos a una instancia personal superior y sanadora. Los caminos del
espíritu, obstaculizados con frecuencia por el exceso de ruido y de actividad, por una sensualidad
embotada o una soberbia enfermiza, son los únicos que nos hacen ser más
maduros y agradables. Quizás es preciso arrojar fuera cosas que sobran para ir
a lo esencial: vivir una vida más humana, más comprometida con lo verdaderamente importante, más familiar, más
llena de sentido.
Hay que limpiar la casa, cuidar la ropa y
mejorar profesionalmente; pero lo que es más urgente es rehacerse cada
día, trabajando por conseguir una mente positiva,
un corazón limpio y unos hábitos cordiales. Todo esto, que no es sencillo, es
la fuente de la sencillez. Solo abriéndonos a una luz más fuerte que nosotros
mismos -los cristianos la identificamos como la que ilumina Belén- iremos
recuperando la integridad y el buen humor tan importantes para vivir una vida
buena, de alto contenido personal, que ayude a los demás.
José Ignacio Moreno Iturralde
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