Un buen amigo me contaba la
experiencia de su despido en una empresa. Había cambiado de sector y pensaba
que estaba trabajando bien. Tras un cierto tiempo en su nuevo trabajo, a
iniciativa propia, fue a hablar con su jefe. Le preguntó qué tal lo estaba haciendo.
Contra lo que esperaba, el directivo le comentó con gran corrección y cierta
frialdad que no parecía que el trabajo de mi amigo conllevara “valor añadido” a
la empresa. Quedaron en que en dos meses más se iría. Tal despido se hizo con
impecable educación, de acuerdo a derecho, y teniendo en cuenta que el afectado
tenía opción de volver a un antiguo puesto de trabajo.
Mi amigo es un tipo maduro y sabe
que estas cosas pasan. Pero lo que le dolió, me confesaba, es que no apostaran
por él. Piensa que tenía condiciones para aquella oportunidad, y quizás tenga
razón pues otros amigos comunes piensan lo mismo. Volvió a su antigua ocupación
y está feliz. Pero no acabaron aquí sus reflexiones, y me ha gustado lo que me
ha dicho respecto a la Navidad:
-¿Sabes una cosa? … He
relacionado lo que me sucedió en aquél trabajo con la Navidad. Son dos temas
muy diferentes, pero se me ha ocurrido algo.
-Cuéntame, le dije intrigado.
-Un Dios que se hace niño y nace
de una madre Virgen, junto al grande de José. El Verbo divino que llora, ríe y
duerme… entre nosotros. Más tarde se quedará realmente en el pan de la
eucaristía, morirá en una cruz y resucitará… Todo por nosotros. Lo hemos oído miles de veces; pero mucha gente
pasa olímpicamente de este asombroso hecho. Otros que decimos creer, lo hacemos
a medio gas y con falta de convicción y energía.
-Tienes toda la razón. Tenemos
que mejorar, pero… ¿qué tiene que ver todo esto con tu despido?
-Que yo sí que voy a apostar por
Jesucristo, con toda mi alma. Su propuesta no es fácil, pero tampoco es difícil
con su ayuda. No pienso echarle de la empresa de mi vida. Jamás le diré que no aporta
sentido a mi existencia, aunque a veces no sea nada fácil entenderle. Además, Él
nunca echa a nadie que quiera estar a su lado y, buscándonos una y mil veces,
encuentra un inmenso valor en cada uno de nosotros. Pero para darse cuenta de
esto, hay que acogerle de modo práctico y concreto, dejándole que entre bien
dentro del alma. Él apostó todo por mí; y yo quiero corresponderle.
José Ignacio Moreno Iturralde
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