Saturday, September 25, 2021

El drama de un profesor veterano

Cuando las décadas superan los dedos de una mano, un profesor puede sentirse cansado. Las energías no son las de antes y, sin embargo, la chavalada renueva sus fuerzas año tras año. En el docente mayor hay más experiencia, pero otras habilidades idiomáticas o tecnológicas pueden ser inferiores a las de profesores que irrumpen con toda la fuerza de su juventud y creatividad. El día a día pesa, con su apretado horario lectivo, y con todo lo que solo un profesional de este sector sabe que hay que aguantar. Los sueldos en educación no son motivo de mucha algarabía; las vacaciones hemos de reconocer que sí. Sin embargo hay otra cuestión distinta, un cierto drama del que quisiera hablar.

Al salir al recreo, los niños lo hacen con la algarabía de la mañana. Luz, sol, o tiempo nublado, juegos, alegría de vivir. Su ilusión y felicidad se expanden por el universo. En esto, los infantes son sabios. Los adolescentes, con sus divertidos o exasperantes aspavientos, resultan paradójicos: toda su problemática es resultado de una caótica y hormonal salida de la infancia en búsqueda de una nueva personalidad. Posteriormente, una mayor madurez les centra en la búsqueda de unos estudios que se conjuguen con sus futuras competencias profesionales. En todos estos procesos, el profesor es una pieza clave. Quizás pocos se lo dirán y le valorarán; esto es parte de la grandeza de ser profesor. Pero no radica aquí, a mi entender, el problema principal.

Han sido muchos los días donde ha faltado más alegría, más buen humor, más garbo y preparación para dar unas clases verdaderamente magistrales, ahora que tanto se las minusvalora. Este es un drama importante: lo que se pudo hacer mejor y no se hizo, por falta de vivir con sencillez un nuevo día, por cenizo, quejica, incompetente, o por lo que sea. Pero se trata de algo que tiene arreglo y conviene enfocar adecuadamente: no sería justo hacer una enmienda a la totalidad. Se han hecho muchas cosas bien; se ha soportado mucho; y también se ha disfrutado muchísimo. Además, ahora, a la vuelta de los años, desde la grandiosa panorámica que se divisa siendo un simple profesor, se observa la enorme proyección de lo escrito en las almas de los alumnos: palabras de ánimo, de esperanza, de futuro, para que ellos y ellas corran, y corran bien, la carrera de la vida. Entonces, uno lamenta no haberlo hecho mejor, pero ese drama se convierte en una alegría fantástica: haber dedicado la vida a enseñar, a contribuir a que cada joven encuentre su estrella de paz y de victoria. Unas estrellas que hacen adivinar un cielo eterno, pletórico de sentido y de alegría compartida. 

La verdad es que aún no ha terminado la historia, así que conviene buscar buenos aliados: los tiempos en familia, quizás el fútbol, y por supuesto algunas cañas con los amigos.

 

José Ignacio Moreno Iturralde

 

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