A veces es difícil
razonar porque una cosa nos gusta más que otra. La belleza tiene algo de improviso,
de deslumbrador, que no afecta a todos por igual. Sin embargo, pueden trazarse
algunas líneas generales. Por una parte, la belleza tiene que ver con la
armonía. Una deformidad no suele ser vista como algo agradable. La armonía
tiene que ver con la relación de algo con su entorno. Una persona que sabe
llevarse bien con quienes convive tiene, sin duda, un comportamiento atractivo.
Por otra parte, el bien
es la condición metafísica de la belleza. Algo puede ser atractivo, pero si su
búsqueda supone un desorden, un error, se trata de un engaño. Un mal es un bien
desordenado, y una falsa belleza puede inducirnos a ese mal, para luego
quitarse la careta y mostrarnos el núcleo de fealdad que tenía dentro.
El conocimiento estético
parte de muchas experiencias y razonamientos concretos. Es un conocimiento
intuitivo, parecido al que tiene una madre cuando con solo mirar a su hijo sabe
que le ocurre algo. El amor sabe descubrir la verdad y la belleza que
contempla.
Entre todos los tipos de
arte, el más asequible y el más difícil es el de la propia vida. Tener una
conducta agradable, positiva, generosa y animante es algo tremendamente
atractivo y bello.
Por otra parte, es bueno
ser capaz de detectar bellezas más profundas. Detrás de la apariencia de una
persona enferma o anciana, puede verse la belleza interior de alguien que sabe
sonreírle a la vida, a pesar de sus dificultades. Esto es algo conmovedor, un
efecto propio de la belleza. Es preciso ejercitarse en saber valorar bellezas
más altas que remiten a comportamientos humanos llenos de libertad interior y
de superación de adversidades.
José Ignacio Moreno Iturralde
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