Varios amigos iniciamos
un camino de montaña: una soleada pista forestal nos aproximó a un sendero
lleno de vegetación, sombras y luces. Una grata conversación nos hizo llegar al
final de los robles y el comienzo de los pinos. Sin ascender hacia la cima del
monte, dimos media vuelta y nos paramos en un mirador natural de la sierra
madrileña. Un pletórico cielo contrastaba con la sobria belleza del paraje
castellano. Árboles modestos, de color verde oscuro, se desperdigaban como
pintados por una paleta que también dibujaba en el horizonte unas montañas
marrones y un lago azul intenso. La explicación de esta experiencia puede ser
dada en clave geológica, evolucionista, ecológica; aunque lo más corriente será
no hacer ninguna. Sin embargo, lo más profundamente real es darse cuenta de
todo aquello forma parte de un fantástico sueño hecho realidad.
Aquella discreta belleza natural no tiene su origen en nuestra libertad, autonomía o ciencia. Es un relato vivo y en curso, del que formamos parte. Esta interpretación puede no aparece en los GPS; y, sin embargo, es profundamente humana y por esto debe ser tenida en cuenta. Es posible que las limitaciones, penas y dramas de la existencia desdibujen nuestra admiración por la realidad. Sin embargo, cultivar esa capacidad de contemplación del milagro de lo cotidiano ayuda a formar un estilo de vida convincente y creativo.
José Ignacio Moreno
Iturralde
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