“Yo llevaba unas semanas
agobiada y triste. Acababa de romper con mi primer novio, y aunque lógicamente
a mis trece años no era nada serio, me dio por rallarme y pensar que ya nunca
encontraría un chico en condiciones, que me quisiera y respetara. Lo cierto es
que una tarde que ya no aguantaba más me fui a la salita donde estaba mi padre
leyendo, y se lo dije llorando. Él dejó sobre la mesa la novela, me abrazó
durante unos minutos sin decir nada, dejó que me desahogara mientras me
acariciaba. Y al final me dijo: ‘Lis -así me llamaba en las ocasiones
especiales- tú tienes un tesoro y es cuestión de tiempo que aparezca un chico
que esté a tu altura. Yo también lo pasé mal cuando rompí con una chica antes
de conocer a tu madre, y no hay día que no me alegre de haberlo hecho…’ Sentí
una paz interior inmensa, y tengo la impresión de que fue entonces cuando
memoricé un olor mezcla del tabaco de pipa que usaba y de una colonia que -por cierto-
es la que compro habitualmente a mi marido” (De tal palo. Javier Schlatter.
Rialp, pp. 125-126).
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