Al llegar por carretera se abre un panorama entrañable, y surge un pueblo madrileño, que engalana la ladera de una colina discreta.
Solo la torre de la Iglesia destaca con fuerza y verticalidad, hecha de la piedra de la sencillez y de un tejado de pizarra muy inclinado, desde el que se ha oído el repicar miles de campanas de alegría llamando al cielo, y también el consuelo de muchas lágrimas.
Puedo ver los árboles que dan nombre a la plaza, pero… ¿Dónde están las demás torres?... Son las familias de los amigos, sus casas amables, su compartir y conversar en esta tierra de los hombres.
Y al irse, tras un rato de estupenda compañía, se abre la inmensa vista de los campos, el sol y las montañas. Se comprende que desde aquellas torres, bien fuertes y edificadas, se conquista el mundo con la paz del alma.
José Ignacio Moreno Iturralde
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