Pasamos a contemplar una vida diferente, con límites antipáticos, en ocasiones duros. Se cayó nuestro castillo de naipes, y empezamos a edificar una vida modesta con los cimientos de la prudencia, haciendo de la necesidad virtud. Sin embargo, fuimos descubriendo cada vez más a nuestros semejantes, y empezamos a comprenderles mejor.
La vida sigue y junto a cosas estupendas, surgen inconvenientes de salud, laborales o familiares. Pues bien, todo esto puede suponer una fantástica invitación a una existencia mucho más grande que nuestros gustos, que pueden ser buenos pero resultan insuficientes. Tomar la vida como viene es fuente de alegría. Así nos abrirnos a una realidad, que no está hecha a nuestra medida, y esto nos mueve a confiar más en Dios, a ver lo bueno de nuestra vida, y a ocuparnos sinceramente de los demás. Surge así, poco a poco, una creatividad personal insospechada.
La madurez, fraguándose en la contrariedad y el sacrificio, amanece cada día y afronta luchas, límites y enfados. Pero misteriosamente, se experimenta una energía novedosa, prestada, transformadora, que es capaz de mirar al mundo con alegría: de cambiarlo con una clave humana y cristiana. Y si se pierde el tono por un nuevo contratiempo, uno puede recordar a seres queridos, realistas y simpáticos que supieron vivir, ser felices y vencer.
José Ignacio Moreno Iturralde
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