En Navidad yo soñé que los hombres eran amigo de la verdad y que no había opresión sobre la Tierra; que los todos se querían y que en la cesta de los pobres crujía el pan caliente; que los ricos habían comprendido que la felicidad está en dar y no en hacer acopio de riquezas. Soñé que la cultura de la muerte había dado paso a la cultura de la vida y que ésta cabalgaba en brioso caballo; que la sociedad era intolerante con la aberración y el horror del aborto y que había un estatuto de respeto para el embrión; que las asociaciones provida se disolvían por innecesarias y que el terrorismo y el maltrato a la mujer eran cosa del pasado. Soñé que en los hospitales como en casa los enfermos eran tratados con cariño, y que no había emigrantes esclavos. Soñé que los esposos se querían y que los hijos podían dormir tranquilos porque había sido vencido el dragón del divorcio; que los padres educaban en la honradez, la responsabilidad y las buenas maneras y que no se contradecían sobre educación; que los ancianos eran recibidos con agradecimiento en la casa de sus hijos y que en Europa se necesitaban pocos asilos. Soñé que en todas las casas se celebraba la Navidad con un belén y que la familia reunida cantaba villancicos; que la comunidad educativa comprendía en todos los colegios que Jesús es el Salvador y que su mensaje de paz, de justicia y de amor deben aprenderlo los escolares. En fin, yo soñé con un mundo feliz y que Dios reinaba en cada corazón humano. Al despertar, ¿ me entristeció la utopía? No me abandonó la esperanza y creí que debía seguir soñando.
Josefa Romo
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