La ilusión marca la noche de Reyes. Niños que se acuestan con la esperanza suspensa y se levantan ávidos de sorpresas. Pero la noche más mágica para los pequeños tiene su razón de ser en la primera noche en la que el Niño-Dios fue agasajado por los presentes de tres desconocidos, venidos de tierras lejanas y dispuestos a todo con tal de vislumbrar al Creador nacido. No es así hoy entre los habitantes de la tierra. El único motivo para la alegría, artificial y carente del último sentido, está en los obsequios, más o menos acertados para cubrir un expediente. Que los Magos de Oriente nos hagan sentir algo de lo que llevaban en el corazón cuando se postraron ante el trono de Dios en la tierra; ellos siguieron felices su vuelta a casa por senderos distintos a los que les llevaron al gran encuentro. Que así suceda con nosotros.
Eva N. Ferraz
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