Era un lunes muy lunes.
La jornada de trabajo prometía estar bien cargada, el aire de la calle era frío
y el tiempo plomizo. De pronto me fijé en un pajarillo posado en la rama de un árbol.
Se balanceaba feliz, contento de ser pájaro, dispuesto a estrenar un nuevo día.
Y enseguida se fue volando. Me quedé pegado a la tierra, pensativo, aunque sin
tiempo para aminorar el paso. Aquél mirlo daba algo de envidia. ¿Cómo estrenar
alegremente cada día como ser humano? Un buen sueño y un buen desayuno ayudan,
ciertamente. Un trabajo atractivo y bien pagado también es importante. Pero hace
falta algo interior, un motivo propio de personas que pueden trascender las
circunstancias exteriores, una saeta de cariño y alegría. Pensé en la vida de
cada uno, en el camino que recorremos con el paso de los días y en la llamada
que nos llega desde las alturas, esclareciendo los nubarrones e iluminando la
mente y el corazón. Se trata de un motivo capaz de hacernos volar mucho más
alto que los pájaros. Es esta sencillez grandiosa la que nos descomplica,
entona, y hace germinar el buen humor al ver el contraste entre los límites de
lo cotidiano y el maravilloso misterio que lo envuelve.
José Ignacio Moreno Iturralde
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