Wednesday, February 16, 2022

El castillo interior personal

        

Algunos autores clásicos han comparado el espíritu humano con un castillo. Es lógico querer estar en las almenas, viendo el paisaje o tomándose algo en una terrazita a buena temperatura. Charlar de las mil cosas que pasan en el mundo, o ver fuegos artificiales, son actividades amenas y atractivas. Pero también hace falta hacer el esfuerzo de adentrarse en las profundidades del castillo. Atravesar pasadizos oscuros, saltar algún paso que da algo de vértigo, o subir por una molesta y empinada escalera de caracol, son trabajos necesarios para encontrar alguna cámara interior, donde puede haber un tesoro. Se trata de riquezas que están en nuestro interior, sin que a veces lo sospechemos.

El filósofo Leonardo Polo hace su peculiar y trabajoso viaje al interior de la persona. Los trascendentales clásicos de la realidad -aspectos comunes que se identifican con el mismo ser de las cosas- son la verdad, el bien, la unidad y la belleza, entre otros. Polo descubre los trascendentales de la persona, afirmando que son cuatro: amor, conocimiento, libertad y coexistencia. Se trata de aspectos nucleares, que este filósofo sitúa en nuestro acto de ser. El acto de ser es lo que convierta en realidad individual una naturaleza, en este caso humana. El alma, según este autor, sería el principio que posibilita la unión entre estos trascendentales y nuestra esencia o naturaleza, donde radicarían nuestras facultades de razonar, querer, sentir, existiendo en ellas dimensiones inmateriales y corporales.

La innovación de Polo es coherente, y supone una profundización del sentido de la persona humana. Al margen de nuestro desarrollo y logros vitales, tenemos un conocimiento abierto a la realidad de todo lo real. Ese conocimiento se une a una libertad como condición de la existencia personal. Tal libertad se entrelaza con la de nuestros semejantes en el modo de coexistir con ellos. Todos estos factores activan nuestra ilimitada capacidad de amar y ser amados.

El hallazgo de los trascendentales de la persona supone descubrir una cámara del tesoro, donde encontramos una mayor grandeza en nuestra condición personal. Situar un conocimiento, amor, libertad y coexistencia, como propiedades anteriores al ejercicio de actos concretos de nuestras capacidades naturales de razonar, querer y ser sociales, tiene una gran relevancia. Este descubrimiento, sin ser totalmente conclusivo, es especialmente justo; porque múltiples personas, a lo largo de la historia, han sufrido la desgracia, el infortunio o la ruptura de sus vidas. El obrar sigue el ser: hay muchas mujeres y hombres que no han podido desarrollar sus potencialidades, y no por eso son menos dignos.

Aunque la noción clásica de alma espiritual es suficiente para sostener nuestro valor interior, esta teoría de los trascendentales enriquece la interpretación de nuestra identidad. Los cuatro trascendentales personales nos ayudan a entender la conexión de toda persona con las demás y con Dios, el origen de la realidad y del propio ser personal.  De esta manera, todos estamos relacionados con todos, sin perder un ápice de nuestra condición personal. Esto entronca directamente con la sabiduría de las religiones monoteístas, que no hablan de obligaciones con una humanidad genérica y anónima; sino de nuestros deberes con el prójimo, en quien la humanidad cobra un rostro humano, personal. Ver que cada persona tiene una cámara de tesoro personal, nos ayuda a convivir mejor, a hacer un mundo más humano.

El maravilloso mensaje del cristianismo consiste afirmar que el mismo Dios se ha hecho hombre y que, además, entiende, quiere y habita en nuestra propia morada interior, si libremente le acogemos. Él es el tesoro de nuestra intimidad personal.


José Ignacio Moreno Iturralde

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