Saturday, February 12, 2022

Apertura a la realidad

 

Llevé en coche a cuatro chavales de quince años, que habían terminado de jugar un partido de fútbol. Les dije que durante el trayecto a nuestro destino, unos veinte minutos, tenían que dejar a un lado el móvil porque íbamos a hablar. Aceptaron la propuesta, dado que yo era el conductor. Atravesábamos un camino de arena, con campos y cultivos a ambos lados. Estaba anocheciendo y puse las luces largas. Mi intención cumplió su propósito: divisamos un conejo, que se quedó absolutamente quieto ante el fogonazo de luz. Sugerí la posibilidad de salir del coche para intentar correr y coger al animal. La propuesta fue aceptada con entusiasmo. Los futbolistas salieron del coche y fueron tras el conejo, quien también corrió con entusiasmo y decisión, fugándose con soltura. Sinceramente, pienso que esos pocos minutos fueron mucho más apasionantes y enriquecedores para los chavales que cualquier conexión virtual.

Andar por el monte, ir a por ranas, jugar al fútbol, pasear al perro, incluso sacar la basura, son tareas reales, estimulantes, llenas de vida y de sentido. Los tiempos son los que son, la tecnología está presente y es muy útil usarla, con cabeza. El ser humano cambia y permanece. Lo que permanece, entre otras cosas, es su apertura a todo un prodigioso mundo real, donde destaca la relación con nuestros semejantes. Cada chica y cada chico viven y sueñan con su vida, y con lo que en ella quieren hacer. Saberse familiarmente queridos y protegidos, es el terreno sólido que necesitan para crecer felices. Cumpleaños, noches de Reyes Magos, muchas jornadas escolares y estupendas vacaciones, van tejiendo la vida de la infancia, con alegrías, contradicciones, risas y llantos.

La apertura a la realidad es una condición fantástica de los niños. A veces hacen observaciones muy profundas. En una catequesis le preguntaron a una niña síndrome de Down qué era el Cielo. La chiquilla respondió: “Dios por dentro”. Otras ocasiones la niñez tiende a ser egoísta, posesiva. Es el amor y la exigencia materna y paterna lo que les tiene que educar en la generosidad. Esta virtud es la respuesta coherente del ser humano ante la existencia que le ha sido dada. Pero solo puede aprenderse, viéndola hecha vida en otros. Junto a la generosidad, anida una tendencia contraria: cerrase en uno mismo, buscar exclusivamente los propios intereses. Cuando vence la vocación a la apertura a la realidad y a los demás, se encuentra la felicidad. Sin embargo, si predomina el orgullo y la cerrazón la angustia está servida. Así lo explicaba de modo metódico el filósofo Millán Puelles[1]. Chesterton lo decía a su manera: “todo está entre la luz y la oscuridad, y cada uno tiene que decidir”.

Tomás de Aquino, con su proverbial sentido común, afirmaba que lo primero que conocemos de algo es que es, que existe. Antes de su color, tamaño y definición, nos percatamos de su realidad. Es la realidad exterior la que activa nuestro conocimiento. Cuando algunos filósofos han dado prioridad a la razón sobre la realidad, en una pretendida autocoherencia, han llevado a sus seguidores por el camino de la sospecha y de la amargura.

Algunas veces la realidad se muestra dura, incluso espantosa. Hay acontecimientos que no entendemos y que nos provocan un intenso dolor. Pero el hecho de que escapen a nuestra comprensión es compatible con que tengan algún sentido, aunque por ahora esté velado a nuestros ojos. Si la realidad nos fuera enteramente comprensible, sería algo hecho por nosotros; pero no es así. Muchas veces toca aceptar una situación que no hemos escogido, para elegir libremente una respuesta personal a esa situación.

Cuando vemos a una persona atractiva, no solemos pensar porqué existe; simplemente nos alegramos de su existencia. La admiración, que lleva implícita la aceptación de la vida, es el terreno fecundo desde el que posteriormente desarrollaremos el pensamiento y la voluntad. Encontrar motivos profundos de admiración por la realidad, nos lleva a vivir la vida como una aventura: con ilusión, esfuerzo, esperanza, y cuando sea posible con buen humor. En ocasiones, perdemos la admiración y la ilusión; la jornada nos parece plana, sin color, pesada. Entonces vemos a alguien que vive y trabaja con alegría, y esto nos atrae como un imán; queremos ser así. En lo profundo de la realidad habita una enorme alegría, que merece la pena descubrir.


José Ignacio Moreno Iturralde                                                                                                              


[1] Cfr. Millán Puelles, A. La estructura de la subjetividad. Rialp, 1967.

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