Ahora me pasmo ante el Belén: un niño que es Dios, una Virgen que es su Madre y Madre mía, un padre enamorado y virginal, Custodio del Redentor. La noche late fría y serena. La gruta del nacimiento es muy pobre y limpia. La sencillez de una mula y la paz de un buey contrastan con un esplendoroso coro angélico que anuncia la Buena Noticia a los pobres de espíritu, que creen corriendo en un jaleo de alegría. Una luz feliz sale del hogar. Un estrellón se posa encima del Portal, venerando al Niño del que pende el firmamento. Un fogón calienta el lugar donde se unen el amor divino y el humano. Descubro, en esta nueva Navidad, que este rústico y pobre portal es el hondón del corazón de los hombres.
José Ignacio Moreno Iturralde
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