La Navidad se palpa incluso en los países de tradición no cristiana, que, en lo exterior, imitan nuestra alegría. "¿Cómo nos vamos a perder nosotros la Navidad?"- dicen los tailandes-, y adornan sus centros comerciales y ponen el árbol, tradición navideña de Centroeuropa (Su forma triangular representa a la Santísima Trinidad y las luces con que lo adornan, a Cristo). En Occidente y en América, la Navidad es fiesta llena sentido: festejamos el nacimiento del Hijo de Dios. Él tomó nuestra naturaleza para salvarnos, solidarizándose con el hombre en sus sufrimientos: "se hizo igual en todo a nosotros, menos en el pecado" (Heb 4,15), que procede de la mala voluntad. Para un cristiano, la Navidad despierta alegría, paz, ternura, delicia de amor; es comunión con Dios, con la familia y con los necesitados. Para un cristiano auténtico, siempre es Navidad. Sin acordarnos de los pobres, ¿se podrá sentir la Navidad? "El Verbo de Dios se hizo Hombre, y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). Con Él, nos visita la Esperanza, que engendra un clima para la ternura, la ternura contagiosa de Dios hecho Niño. Al Niño Jesús, Dios Humanado, ¿alguien le puede temer? Dios se nos da en la sencillez de un Niño, y no desdeña ni siquiera al pecador: "hay más alegría en el Cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan perdón" ¿Quién puede temer a un Niño pobre y rico en amor?
Josefa Romo
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