París. Parque de los Príncipes.
Un universitario logra acercarse al Papa y le grita: “soy ateo, ¡ayúdeme!”
El Papa se le acercó. Hablaron a solas unos instantes. De regreso a Roma recordó a ese chico y le dijo a don Estanislao:
—Podía haberle ayudado mejor. Quizá todavía se puede hacer algo por él.
Escribieron a París. La respuesta fue algo así como “lo intentaremos pero va a ser más difícil que encontrar una aguja en un pajar”. Sin embargo, al final se localizó al muchacho y le dijeron:
—El Papa quiere que sepas que reza diariamente por ti y está preocupado porque quizá no resolvió tu problema.
—Bueno, replicó el muchacho, al salir de allí fui a una librería y compré el Nuevo Testamento, como él me dijo. Nada más abrirlo, encontré la respuesta que buscaba. Díganselo al Papa. Ya me preparo para mi bautismo.
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