Carlos y yo salimos a correr al parque del retiro algún sábado que otro. La carrera casi es una excusa para desayunar luego, y mantener un agradable rato de conversación al calor del café y las tostadas. Los dos pasamos ya de los cuarenta. Carlos tuvo hace años un infarto al corazón y más recientemente otro infarto cerebral. Sin embargo, se cuida y ahora está casi tan fuerte como cuando éramos compañeros de colegio. Lo que nos pudimos reír en la escuela pertenece al arcano de nuestras almas. En cierta ocasión forzamos a cantar a un profesor de música y mientras gorgoreaba melodiosamente hicimos explotar un petardo. Mea culpa.
Como con el caso de Tere, desde los dieciséis años nos vimos mucho menos, con motivo de que yo cambiara de colegio. Él reactivó, desde hace cinco años, una comida anual de nuestra antigua promoción y estos felices encuentros han servido para reanudar nuestra honda y vieja amistad.
Carlos y yo no tenemos secretos entre nosotros pero no sabemos a que partido político vota el otro. Esto se debe a que a ninguno de los dos se nos ha ocurrido hacernos esta pregunta; no nos interesa pese a que ambos tengamos, como todo el mundo, inquietud social. Pensamos muy distinto en casi todo. Él es liberal, divertido, vividor, juerguista, sociable, buen padre y excelente profesional: un relaciones públicas nato. Mientras corremos; en mi caso más bien habría que hablar de arrastrarse, charlamos de su hija, su salud, su trabajo, mi vida, mis proyectos profesionales, de Dios, de antiguos amigos. Todo ello intercalado con estupideces y risas en abundancia. Con Carlos me he dado cuenta de que cuando existe la amistad verdadera los problemas políticos –tan presentes en otras ocasiones- pasan a un quinto o sexto lugar. He sido consciente de que si los hombres dedicaran más tiempo a fomentar la amistad desaparecerían buena parte de sus problemas.
Carlos y yo nos aconsejamos mutuamente. Somos tan distintos como complementarios. Quedamos cuando nos da la gana y no tenemos ningún compromiso el uno con el otro. Tan sólo nos une un interés común: mantener un poco la forma. Aunque, pensándolo mejor, esto solo sería insostenible. Existe también una mutua necesidad de consejo. Nos aportamos porque, como todo el mundo, hacemos cosas que verdaderamente merecen la pena. Lo que ocurre es que en nuestro caso además nos lo creemos.
José Ignacio Moreno Iturralde