Al final de una audiencia, Juan Pablo II pasó junto a un matrimonio. La esposa, sin pensárselo dos veces, acudió al Papa como quien se agarra a una tabla de salvación.
—Santo Padre, mi marido hace muchos años que no se confiesa; dígale algo.
El Pontífice no comentó nada, continuó la marcha; pero, de repente, volvió sobre sus pasos, se situó frente a aquel hombre y dijo solamente esto:
— ¡Vuelve! ¡Qué mal se está lejos de Dios!
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