De un alumno ejemplar, me contaba su madre que recién nacido miraba su entorno con los ojos muy abiertos. Se ve que tenía gran interés por conocer todo un mundo, y especialmente el rostro de su madre. Antes de poder razonar, lo que un bebé percibe es el afecto de sus padres. Entre este cariño, su alimentación y cuidados, un ser humano va despertando poco a poco a su vida racional. La mente humana tiene una base previa a sí misma: su entorno familiar.
Las primeras comunicaciones no verbales de un niño pequeño con sus padres son risas, llantos, satisfacción, quejas. Este mundo de la primera infancia manifiesta que la mente depende de una serie de necesidades previas, materiales y personales. Con el tiempo se adquiere la capacidad de empezar a hablar, en torno a los dos años, y progresivamente se va desarrollando la razón. Todo esto es elemental, pero conviene recordarlo porque nos hace ver que siendo la autonomía de la razón una cualidad importante en el desarrollo de la personalidad, quedaría totalmente desfigurada si se le diera un carácter absoluto. La razón está inserta en el fenotipo corporal y en las relaciones interpersonales.
Razón y libertad son dos facultades íntimamente fusionadas en cada persona. Su ejercicio es necesario para el despliegue de nuestra vida. Pero el fin de la razón no es ella misma, sino la realidad que nos rodea. Del mismo modo, el fin de la libertad no consiste en no vincularse a nada sino en procurar el bien. Tanto razón como libertad se ejercitan plenamente cuando se emplean para amar, especialmente a nuestros semejantes. Entendemos amar como la afirmación de la vida de las personas que se estiman, queriéndolas por sí mismas. Cuando una persona razona con alguien a quien quiere, sus planteamientos son especialmente certeros y convincentes, porque están indisolublemente unidos al amor, que es un poderoso motor de conocimiento. Cuando alguien se sabe comprendido y querido, es mucho más fácil que atienda a las razones que se le dan.
Lo que hemos dicho hasta ahora significa que solo cuando la razón se ejercita dentro de los parámetros de la naturaleza propia y la de los demás, así como la del resto de los seres del mundo, es cuando la conciencia humana encuentra su sentido. Se trata de un proceso que durará toda la vida, y que tiene que contar con que no siempre podremos entender todo lo que sucede. Esto es una oportunidad para ejercitar nuestra confianza en quien estimemos que la merece. Razonar humanamente necesita el complemento de la confianza. En su inicio y desarrollo, la razón personal está íntimamente relacionada y sostenida por factores que no dependen exclusivamente de nosotros mismos. Solo entendiendo esto emplearemos bien la razón y la libertad, como lo hizo aquél bebé con los ojos bien abiertos que miraban a su madre.
José Ignacio Moreno Iturralde
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