En cierta ocasión le
robaron el ordenador a un amigo mío. Lo dejó en una sala de trabajo, y al poco
tiempo desapareció. De este desagradable incidente recuerdo la capacidad de
encajar la situación de aquél amigo: no hizo ningún aspaviento, no emitió ninguna
queja. El ordenador estaba en buen estado, y había en él muchos datos de la
empresa de la que ese caballero era el director. Cuando me percaté de lo
sucedido, pocos minutos después que el afectado, le miré con cierta admiración
ante la serenidad con la que se comportaba. Me dijo: “me lo han quitado; es un
hecho”; y lo comentó como el que constata que llueve. Y ya está, pasó a otro
asunto y compró al día siguiente un nuevo ordenador. Aquella circunstancia
supone para cualquiera un roto en el panorama del día; sin embargo, provocó en
mí una enseñanza eficaz: aprender a asimilar los contratiempos como parte de la
realidad.
Nos gusta que las cosas salgan según nuestras expectativas,
tal y como hemos planeado. Reconocemos que las agradables sorpresas tienen una
magia que, en ocasiones, supera lo previsto. Pero una adversidad seria no hace
ninguna gracia. Sin embargo, una reacción ejemplar ante un problema puede
provocar una enseñanza positiva, como hemos dicho; y esto sí que tiene su
gracia. La vida hay que tomarla como viene: este es un consejo socorrido, fácil
de decir a un buen amigo, y más difícil de aplicarlo a uno mismo. Algo todavía
más complejo de asimilar es que esa curva molesta del camino pueda ser una
misteriosa autopista. Pero con frecuencia es así. La sabiduría cristiana afirma
que Dios escribe derecho con renglones torcidos. Quizás lo que ocurre es que
somos nosotros los que estamos torcidos, y nos hacen falta unos palos que nos
pongan rectos.
Las dificultades exteriores, que observamos, pueden
ayudarnos a solucionar otras dificultades interiores, de las que quizás no
somos muy conscientes. Me refiero, por ejemplo, al déficit de gratitud o al
exceso de orgullo. Un golpe en nuestra existencia nos puede hacer más conscientes
de nuestros límites y, de este modo, vivir una libertad más realista. “Donde
una puerta se cierra, otra se abre”. Este dicho popular es verdad; la fe
cristiana lo aplica incluso a la muerte. Pero sin llegar a este extremo, las
situaciones que nos descolocan pueden ayudarnos a recolocar nuestra jerarquía
de valores.
José Ignacio Moreno Iturralde
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