Un amigo me contaba que
hace años, siendo adolescente, se preparó concienzudamente para una carrera en
el lugar donde veraneaba. Asistieron un buen número de muchachos atléticos y
bien equipados al evento. El hijo de la lechera del pueblo se presentó con unas
zapatillas penosas, y un aspecto nada competitivo. Comenzó la carrera y el
lechero junior dejó atrás a todos los demás, ganando la competición con amplio
margen. Mi amigo quedó en un modesto puesto, que nada tenía que ver con sus
ingenuas previsiones.
Conocerse a uno mismo
parece algo bastante sensato a la hora de acertar como vivir; pero no resulta
fácil. Decía Descartes que la claridad y distinción eran características de las
ideas verdaderas. Sin embargo, resulta claramente útil distinguir entre los
pensamientos y la realidad. Incluso hay alguno que le puede dar por percibir
nítidamente que es el zar de Rusia y reclamar su derecho al trono, pero lo que
probablemente necesita su psicosis aguda es terapia y medicación.
El corazón -el núcleo
personal afectivo- puede padecer también sus “psicosis emocionales”. El amor a
primera vista puede ser el verdadero, pero generalmente se necesita tiempo y
trato para conocer y querer a una persona por la que alguien se siente atraído.
Quizás, antes de nada, hace falta sensatez. La intensidad de sentimiento no es,
en absoluto, la garantía para hacer lo que el corazón quiera. Hace falta ver la
realidad de las personas y de las situaciones, pensar con la inteligencia y
orientar al corazón con la ayuda de la voluntad. Sin corazón no merece la pena
vivir, pero solo con corazón uno puede acabar caído y humillado, y hacer mucho
daño a otros. El corazón es lo más valioso que tenemos y refleja que estamos
hechos para ser queridos y para querer, pero hemos de saber que educar el
corazón requiere virtudes y, sin ellas, el corazón se vuelve un traidor con el
que no es posible ser feliz.
La inteligencia tiende a
conocer la verdad de la realidad. La voluntad tiende al bien, por el que el
corazón se siente atraído para unirse a él. Pero existe también una cierta
deformación en la inteligencia, en el corazón y en la corporalidad, por la que
la persona experimenta una inclinación a cerrarse en sí
misma, en sus propios y ciegos intereses. Por este motivo. la ayuda de Dios es
tan importante y decisiva. Recurrir a la gracia divina es todo lo contrario a
destruir a la persona humana, es liberarla de sus contradicciones interiores
para que sea ella misma, a pleno pulmón.
Cuando inteligencia,
corazón y voluntad guardan armonía en la integridad de la persona, se es mucho
más feliz. Entonces el corazón puede detectar un amor y un compromiso libre, no
obligatorio, apasionante y arriesgado. Se trata de ese amor que nos hace ser
mejores, elevándonos por encima de nosotros mismos, y que nos embarcan en una
misión que merece la pena. El corazón, liberado de psicosis enfermizas, es tan
cuerdo que puede decidir hacer una bendita locura. Y si decide hacerla, la hace
porque sí; porque le da la real gana.
José Ignacio Moreno Iturralde
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