Era un chavalillo, ilusionado
por la vida, con fantásticos proyectos. La condición de sus padres, aunque
modesta, le permitió conocer mundo siendo joven. Pronto llegaron los cañones de
la guerra, y tuvo que ingeniárselas para sobrevivir, con admirable dignidad, en
circunstancias muy peligrosas.
Siguieron tiempos de
precariedad económica, de ayuda a sus familiares más queridos, y posteriormente
de progreso profesional. Un amor inesperado le sacó de un mundo cotidiano, en que
la mente se veía alterada, en ocasiones, por luces de bengala. Pero llegó una
luz buena: el matrimonio, esa complementariedad real y con limitaciones, le
hizo feliz.
Su vida fue muy normal.
Solía decir que la inteligencia es poner cada cosa en su sitio, y él supo estar
en el suyo. Solía sostener que cada uno no ha de aspirar a más de lo que puede,
y sin embargo, consiguió superar retos difíciles. No tenía una alta autoestima,
aunque fue lo mejor que un hombre puede ser: bueno y fiel. Era agradecido y
estuvo donde la vida le llamaba, con sentido común y una profunda confianza en
Dios. Supeditó sus ilusiones personales al bien de su familia. Aun teniendo un
buen trabajo, no logró llegar a dedicarse a lo que realmente le gustaba; y,
pese a esto, se realizó plenamente. Ante todo, le tocó la lotería en algo crucial:
su mujer; alguien que irradiaba luces de ánimo y brisas de alegría. Supo
cuidarla siempre y en la hora de la muerte. Afrontó una larga viudez, conviviendo
con la tremenda dureza de la soledad, la fuerza de los sacramentos y la relación
con su hijo, con quien logró una fantástica amistad.
Su carrea profesional no
fue una sucesión de éxitos, pero triunfó como persona. Lo que brilla en la
eternidad, pasa con frecuencia oculto en este mundo. Y él supo estar a la
altura de las circunstancias: fue un buen marido y un padre estupendo. Pienso
que su figura, limitada y modesta, se ve ahora engrandecida por luces divinas
que nos muestran la profundidad de lo humano: el enorme valor de la vida de una
persona que hizo, en lo más importante y decisivo, lo que tenía que hacer.
José Ignacio Moreno Iturralde
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