Actualmente, diversas
investigaciones sociológicas nos insisten en que el género es algo cultural,
siendo el sexo algo biológico. Permítanme no estar del todo de acuerdo: por su
cumpleaños yo no regalaría a mi padre un ramo de rosas, ni a mi madre una
maquinilla de afeitar. Sospecho que, tras estas tradiciones culturales, en
parte variables, hay una nítida conexión con la naturaleza.
Cuando Aristóteles
hablaba de los géneros, entendía lo que es común a una serie de seres
similares. Tales seres se dividían según diferencias específicas. Por ejemplo,
si hablo de frutas puedo distinguir entre las naranjas y las piñas. Pero si se
pusiera de moda decir que las piñas y las naranjas son lo mismo, se empobrecería
no solo mi conocimiento de ambas, sino también el del género frutal. Con otro
ejemplo puedo afirmar que sé mejor lo que es el ajedrez, cuando distingo entre
las capacidades de cada una de sus piezas.
Con absoluto respeto a la
dignidad de todas las personas, si el sexo femenino y el masculino son irrelevantes
e intercambiables, la experiencia del género humano no se enriquece, sino que queda
ensombrecida. Voy a intentar demostrar por qué: un género de seres vivos se
debe a su generación, a su fascinante capacidad de transmitir la vida a sus
descendientes; es decir, de dar fruto. Tal generación se basa en la procreación,
posibilitada naturalmente por la distinción femenina y masculina. Suprimir esta
originaria diferencia específica, no solo distorsiona las ideas de maternidad,
paternidad y filiación; sino que además pone en jaque nuestra misma
supervivencia como especie.
Una realidad que se
imponga al sujeto humano de un modo tiránico, sin tener en cuenta nuestro modo
de ser libre, es rechazable. Pero una subjetividad personal que se enfrente frontalmente
a la realidad, supone una falta de sensatez que trae duras consecuencias para
la vida de las personas y de las sociedades.
Puede ser que Aristóteles
no guste a todo el mundo, pero entonces debe ser superado por alguien de mayor sentido
común; un sentido enormemente eficaz en nuestra vida.
José Ignacio Moreno Iturralde
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