Parece ser que Woody
Allen no fue a recoger un Óscar a Hollywood, alegando que tenía que en ese
momento estaba tocando el clarinete…Todo un personaje; pero a la mayoría de las
personas nos encantaría recibir un premio de esa categoría. Jóvenes y mayores
nos esforzamos por conseguir metas, buscamos títulos, premios y reconocimientos
profesionales. Todo esto, muchas veces -no siempre-, está muy bien.
Respecto a Dios las cosas
funcionan de otra manera: es Él quien nos busca y nos da su gracia divina -su ayuda-
en la Iglesia, haciéndonos ser hijos suyos. Además, nos propone de un modo
totalmente compatible con nuestra libertad, la posibilidad de un camino
concreto personal, de una vocación. Esto requiere, por nuestra parte, fe y
generosidad. Me dirijo a cristianos, pero Dios no se ata las manos con los
sacramentos y actúa en toda persona de buena voluntad.
Puede sucedernos que, con
el paso del tiempo, habiendo encontrado esa vocación cristiana, nos
acostumbremos a ella y no le sacamos brillo. Zarzas del camino y nubes en el
horizonte pretenden enturbiar ese gran don divino. Es hora de rezar más, de
pedirle a la Virgen una caricia maternal en la frente, para ver claro. Y
entonces, con facilidad, volvemos a divisar en nuestra vida la luz del sol por
el día, y el firmamento limpio por la noche. Entonces aparecen muchas
estrellas, y reconocemos la nuestra, que es una estrella de alegría. Nos damos
cuenta entonces de que el mayor título con el que contamos es la vocación
cristiana personal, que Dios nos ha dado por su paternal misericordia.
José Ignacio Moreno Iturralde
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