Cuando vemos el
sufrimiento de personas que padecen los efectos de la guerra, sentimos
tristeza. Queremos que tal situación se termine cuanto antes. Consideramos la
posibilidad de hacer algo, aunque sea poca cosa, que contribuya a mejorar este
drama. Lo mismo sucede con otras cuestiones relativas al hambre o al
subdesarrollo. Por esto, quien ayuda al necesitado con generosidad es más
profundamente humano. Todo esto nos ocurre porque entendemos a las víctimas
como nuestros semejantes, nuestros iguales. Somos capaces de ponernos en su
lugar. Se trata de una igualdad que nace de nuestro propio ser; no la hemos
elegido nosotros.
Por otra parte, si una
mujer se enamora de un hombre, o un hombre a una mujer, ambos perciben que son
diferentes y complementarios. Se trata de una diferencia fantástica, que es la
base de la generación de la vida. También se trata de una diferencia no
elegida, algo que nos viene dado. Puesto que se trata de una relación de
afirmación mutua entre personas, esta diferencia exige la igualdad entre ambos respecto a tener la misma dignidad y derechos. Por este motivo, algún
famoso ha llegado a pegar a un presentador durante una gala de cine, por lo que
puede haber sido una falta de respeto a su mujer. Tal actitud, probablemente
equivocada, refleja una defensa de la igualdad de su esposa respecto a él.
La progresiva
incorporación de la mujer al mundo laboral supone un enriquecimiento social
importante. Este desarrollo tiene que basarse en una igualdad a todos los
efectos administrativos y financieros. Tal igualdad dista mucho en la práctica actual
de ser una realidad. Pero se trata de una igualdad basada en una diferencia
real y notoria. No se puede poner a una mujer en la alternativa de tener un
hijo o conservar el puesto de trabajo: esto es una flagrante y reiterada
injusticia. No obstante, esta defensa de la igualdad necesita establecer una
diferencia entre dos planos: el laboral y el familiar. Es preciso establecer
una jerarquía entre ambos, que debiera ser clara. Dar la vida por el cónyuge o
por un hijo es algo nobilísimo. Lo más frecuente es hacerlo en cosas pequeñas,
cada día. Por el contrario, poner el trabajo por encima de la familia es situar
un medio por encima de un fin. El trabajo es muy importante, pero la familia lo
es más: antes que trabajadores, somos hijos o hijas. Si damos prioridad a la
familia respecto al trabajo vivimos una vida más humana.
La familia establece una
igualdad entre sus miembros, pero también una diferencia. No es lo mismo ser
madre que hija, o padre que hijo. Los miembros de la familia tienen que asumir
sus diferencias para ser un hogar humano, que defiende la igual dignidad de sus
miembros. La prioridad de la familia respecto al trabajo es una consideración exigible
también a las empresas públicas y privadas. A su vez, el gobierno de una nación
debe fomentar, con medidas eficaces, la conciliación entre la dedicación a la familia y al trabajo.
De todo esto deducimos que existe una igualdad fundamental entre los seres humanos, al mismo tiempo que se dan diferencias entre ellos. La igualdad entre personas exige el reconocimiento de las diferencias, y viceversa. Para establecer esta armonía y sinergia entre igualdad y diferencia hay que reconocer el origen de lo que somos. Nuestra vida es una donación y un proyecto. Nadie es humano porque lo haya elegido. Tampoco nadie puede elegir por nosotros los compromisos que libremente queramos adquirir.
Solo si reconocemos una causa de vida trascendente a nuestra existencia, podremos fomentar una igualdad verdadera. Alguien por encima de nuestras cabezas nos establece como iguales. Si no aceptamos esto, los intereses de los más fuertes provocan con más facilidad que la igualdad se rompa por la parte de los más débiles, como sucede con frecuencia. Si aspiramos a autodefinirnos de un modo absoluto y negamos una naturaleza común, previa a nuestras decisiones, partimos de un error de base que nunca podrá establecer una relación satisfactoria entre los seres humanos. Cuando afirmamos una causa de vida superior a la nuestra, también nos afirmamos nosotros mismos. Es entonces cuando podemos trabajar para establecer una igualdad entre las personas que respete sus diferencias.
José Ignacio Moreno
Iturralde
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