Si vemos por la calle
alguna persona mayor caerse al suelo, acudimos rápidamente a ayudarle. Con
suerte no ha sido nada; levantamos al señor o a la señora, sonríe y nos da las
gracias. Seguimos nuestro camino, contentos de haber podido echar una mano a
alguien necesitado. Esta solidaridad con los demás nos sale de dentro. Está
claro que en el mundo suceden también otras cosas muy distintas: mentiras, robos,
violencia, y un sinfín de calamidades. Pero no es menos cierto que las personas
con afán de servicio, suelen tener vidas mucho más felices y llenas de significado.
Una persona generosa se siente relativamente bien consigo misma, porque se
lleva bien con los demás.
Una característica propia
del ser humano es su capacidad de ponerse en el lugar de sus semejantes; es
decir, de comprender. No es una tarea fácil, pero merece la pena. Esta actitud
es moral e inteligente. Esta comprensión no supone necesariamente aceptación de
una conducta ajena errónea, ni dejación de derechos personales. Ahora bien,
existe una profunda relación entre el otro y yo. Querámoslo o no, estamos
conectados por algo más misterioso y personal que los teléfonos móviles. Por
esto, cuando somos egoístas cortamos lazos, nos aislamos y nos degradamos. Sin
embargo, cuando comprendemos somos fuente de inspiración para la mejora
personal.
La persona tiene un
fundamento que trasciende la biología. Toda persona vive una llamada a una
existencia libre. Cada ser humano tiene una vida, con una misión que cumplir.
Para este fin personal ha de contar con muchas cosas dadas y con otras por
hacer. Esto supone que la persona abarca todos los momentos de la vida, desde
la etapa embrionaria a la terminal. Es así porque una persona es una biografía,
y no solamente una sucesión de estados agradables o desagradables.
Toda persona es digna
porque es un fin en sí mismo en el sentido de que está llamada a elegir
libremente lo verdadero y lo bueno. Entre las metas más nobles del ser humano cabe
destacar su capacidad de afirmar la identidad de los otros y ayudarles a que
les vaya bien. Muchas veces no logramos tan buen propósito, pero constantemente
podemos volver a intentar hacer las cosas mejor. La persona es la que es y la
que puede llegar a ser; por esto se la puede perdonar.
La sonrisa surge ante la
visión de la persona que apreciamos. Necesitamos sabernos queridos para ser
nosotros mismos en plenitud. Una autonomía exagerada desajusta nuestra propia
naturaleza, que tiende a la relación. La obsesión por uno mismo es una
tendencia enfermiza que experimentamos en muchas dimensiones de nuestro ser;
por ejemplo, en el excesivo amor propio.
Por otra parte, tendemos
a pensar que lo nuestro es la temporalidad y que la eternidad es una dimensión
posible pero extraña. Cuando pasan los años y algunas de las personas más queridas
desaparecen de nuestra vida, nos damos cuenta de que la mera sucesión temporal
es algo inhumana, y que necesitamos un ámbito personal permanente. Cada
instante, como dijo C.S. Lewis, es un punto de encuentro entre el tiempo y la
eternidad. La relación de cada persona con Dios no es algo extraño al hombre,
sino precisamente el núcleo de su identidad. La apertura a la confianza en una
fuente personal de eternidad, de amor y justicia, es una aventura profundamente
humana que toca a cada uno libremente descubrir. Es entonces cuando nos damos
cuenta del origen de nuestra dignidad personal y la de todos nuestros
semejantes. Nuestra modesta y tragicómica existencia pasa a ser una vida querida,
luminosa, llena de valor. Entonces, nuestra dignidad no nos pone una cara dura
y rígida sino serenamente alegre.
José Ignacio Moreno Iturralde
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