Tuesday, April 12, 2022

Afectividad efectiva.


Tener apetito es síntoma de salud, aunque de grandes cenas están las sepulturas llenas. Muchos alimentos son estupendos, siempre que se consuman con moderación. Sin embargo, la afectividad humana es distinta del apetito, porque se trata de una capacidad más espiritual. No se trata tanto de querer con moderación, sino de querer con significado.

Las piernas se mueven, pero es necesario que lo hagan hacia un destino adecuado. Las manos son expresivas y muestran educación o brutalidad. Los ojos ven, aunque para las cosas importantes tienen que aprender a saber mirar. El corazón tiende a unirse con la persona a la que se quiere… ¿Por qué, entonces, esto no es muchas veces sencillo? Porque el corazón tiene que aprender a querer.

El sentimiento no conoce intelectualmente. La frase anterior es polémica, porque los sentimientos forman parte de la totalidad de la persona. Sin embargo, es muy importante darse cuenta de que los sentimientos han de estar dirigidos por la inteligencia. Previamente, la inteligencia tiene que aceptar la realidad de las cosas para situar a cada uno en su justa perspectiva. El hecho de que se sienta un amor intenso por una persona, no significa necesariamente que se lleven a cabo unas relaciones afectivamente intensas con ella; por ejemplo, si se trata de mi cuñada o de la mujer de un buen amigo. Dar rienda suelta a esos afectos, puede producir efectos nefastos. Además, sentir intensamente no es amar. Amar es afirmar la realidad de la otra persona, querer lo mejor para ella. Confundir el amor con una relación de afectividad posesiva, es un error. Lógicamente, si conozco a una mujer estupenda -hablo como hombre que soy-, y ambos nos enamoramos, la quiero para mí y quiero lo mejor para ella. Pero el amor se da más propiamente en la segunda faceta que en la primera. Esto ocurre porque querer a los demás, por sí mismos, ejercita más plenamente la dimensión espiritual -de apertura a la realidad- de los seres humanos.

Necesitamos ser queridos para poder querer. Ser querido no es ser instrumentalizado, ni deseado por interés. Cuando me sé querido por alguien, entiendo que me aprecia, valora, y desea lo mejor para mí. Nadie que me quiera verdaderamente, pretenderá convertirme en un objeto de su satisfacción. Pues bien, esto es justo lo que debo hacer con los demás. Los amores son diversos según a quienes se dirigen -hijo, madre, padre, abuela, etc…- pero todos se rigen por una ley: son verdaderos si nos hacen ser mejor personas.

Esa afirmación de la persona a la que se quiere se enfrenta con sus defectos. Querer a alguien supone quererle con sus limitaciones, aunque en ocasiones tenga que corregirse. No hablo de cuestiones intolerables de violencia u otro tipo de delitos. Pero todos sabemos que hay que aguantar bastantes defectos de los demás, como también aguantan los nuestros. Esto supone saber querer con madurez, descubrir la dignidad de toda persona a pesar de sus aristas. Por este motivo, amar es una decisión de la voluntad que, en ocasiones, tiene que superar afectos adversos. Este modo de querer requiere de una especial generosidad, que es costosa al mismo tiempo que nos hace felices. Tener un motivo profundo para querer, perdonar y saber pedir perdón, es un tesoro que hay que buscar con humildad, encontrar y ejercitar. La sabiduría cristiana lo expresa en el primer mandamiento: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Se trata de una afirmación conocida, que constantemente espera valientes que se atrevan a vivirla en profundidad. Puede sonar algo ideal y poco práctico, pero es todo lo contrario. El corazón humano solo se llena plenamente con el infinito amor divino. Además, este mandamiento está íntimamente relacionado con aprender a vivir con los demás una afectividad efectiva, práctica, realista, satisfactoria y frecuentemente llena de buen humor.

 

José Ignacio Moreno Iturralde

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