Chesterton escribió sobre la familia de un modo
profundo y original[1].
El literato inglés contrapone la despersonalización de las grandes ciudades
industriales con las comprometedoras limitaciones de los pequeños grupos
sociales. Todo lo que suponga un rostro humano concreto, con el que hay que
convivir, hace que la persona salga de su individualismo para abrirse a las
necesidades del otro. Con una de sus muchas imágenes literarias, Chesterton
afirma que llevarse bien con la humanidad es dejarse caer a voleo por una
chimenea cualquiera y saber convivir con la gente que haya en esa casa, porque
"eso es lo que nos ocurrió el día en que nacimos".
Frente a las relaciones ocasionales y
descomprometidas, él defiende la idea del hombre que apuesta por el profundo sentido
de los compromisos que adquirimos con nuestros vecinos y especialmente con
nuestros familiares, muchos de los cuales no hemos elegido a nuestro gusto. Las
virtudes de nuestros prójimos o próximos pueden ser tan bellas como las playas
del Caribe y sus defectos tan cortantes como un acantilado, nos dice,
precisamente porque suponen también una realidad que existe con independencia
de nuestros gustos. De este modo la persona se engrandece, se hace a imagen y
semejanza del mundo y de los demás.
Chesterton considera que hay que querer a
nuestro prójimo precisamente "porque está ahí", un motivo que para
este autor es “provocativo y alarmante”. Cualquier persona que pasa a nuestro
lado representa a toda la humanidad, especialmente si no la hemos elegido,
porque es de hecho la muestra de humanidad que se nos ofrece. Hacer el bien a
una persona concreta es hacérselo a todas, lo mismo ocurre con el mal. Hay, por
tanto, un importante sentido providencial de las personas con las que nos ha
tocado vivir, como ocurre también con gran parte de nuestra propia identidad.
Lo que se trata es de que el hombre se encuentre a sí mismo en las necesidades
de los demás, especialmente de sus semejantes.
Chesterton relaciona la familia cristiana con la civilización del niño. Cuando el hijo se pone en primer lugar, significa que la sociedad también protege, con prioridad, a los más indefensos y desvalidos. Surge así una cultura profundamente humana en la que uno se siente orgulloso de vivir. Frente a la idea del control de la natalidad, Chesterton contrapone la convicción del control de uno mismo: una defensa de una libertad comprometida con la naturaleza de las cosas, abierta a la vida y a la prioridad del espíritu sobre la materia.
Chesterton relaciona la familia cristiana con la civilización del niño. Cuando el hijo se pone en primer lugar, significa que la sociedad también protege, con prioridad, a los más indefensos y desvalidos. Surge así una cultura profundamente humana en la que uno se siente orgulloso de vivir. Frente a la idea del control de la natalidad, Chesterton contrapone la convicción del control de uno mismo: una defensa de una libertad comprometida con la naturaleza de las cosas, abierta a la vida y a la prioridad del espíritu sobre la materia.
Su expresa idea cristiana de la familia se basa
en una reflexión profunda e imaginativa de nuestra naturaleza, abierta a la
trascendencia. En este sentido nos dice que el espíritu de la Navidad, la
fiesta del hogar, es el espíritu del niño que juega seguro en su casa; es
decir: el espíritu de la libertad y de la creatividad más genuinas.
En este planteamiento, vivido por millones de
familias a lo largo de los siglos, se ha entendido al ser humano en sus
coordenadas fundamentales. Es en la familia, como núcleo de amor y de mutua
ayuda, donde un hijo o una hija se sienten seguros y con ganas de aprender lo
que les ofrece el fabuloso espectáculo de la creación.
En otra de
sus novelas, “Manalive”[2],
Chesterton narra las peripecias de un hombre acusado de robo, intento de
asesinato y secuestro. En realidad, se trataba de un marido que un día quería
llegar a su casa y verla de un modo distinto. Para esto, entró por la chimenea.
Poco después ató a un profesor de filosofía escéptico sobre la vida, y tiroteó
su silueta sin dañarle. Tras los gritos de horror de aquél intelectual, el
protagonista lo soltó seguro de que le había ayudado a recuperar el deseo de
vivir. Finalmente pactó con su esposa el raptarla para irse a hacer juntos un
viaje romántico. Toda esta historia estrambótica, nos quiere decir que hay que
ingeniárselas para redescubrir la maravilla de la existencia en la que estamos
inmersos.
Familia e identidad personal
Otro gran pensador sobre la familia ha sido Karol Wojtyla ( Juan Pablo
II), quien desde una luz cristiana ha profundizado en el misterio profundo del
amor humano. En su libro "Amor y responsabilidad"[3], explica una versión de la sexualidad
profundamente positiva y, por tanto, creativa y comprometida. Según este autor,
el utilitarismo en la sexualidad es la muerte del amor. La sexualidad ha de ser
una entrega interpersonal llena de responsabilidad con la vida. El sexo se vive
con más sentido, cuando lo preside la consigna de la generosidad en el marco
estable y responsable del matrimonio.
Para Juan Pablo II, el celibato por el reino de
los cielos –la dedicación al servicio de la extensión del mensaje del
Evangelio, que excluye la posibilidad del matrimonio- supone un adelanto de la
vida eterna donde, según la revelación cristiana, no será precisa la vida
matrimonial. Lo que se desprende del pensamiento de Wojtyla es que matrimonio y
celibato son dos modalidades de una misma realidad: la entrega del don de sí.
Esta perspectiva, netamente cristiana, no es irrelevante para quien no profese
esta religión. Se trata de valores cristianos y, al mismo tiempo, profundamente
humanos. Pero para aceptar estos planteamientos es precisa "la redención
del corazón", en expresión de este mismo autor. La ayuda divina es
necesaria para hacer un corazón más humano, que genera sentimientos y acciones
más comprensivas, tolerantes y misericordiosas. La familia es, también lo afirma el papa polaco, el lugar
donde se quiere a cada uno por sí mismo. Es, por tanto, el lugar donde se
privilegia la dignidad de cada hombre y de cada mujer, la mejor escuela de
humanidad. Estas consideraciones pueden ser de mucha utilidad para jóvenes que
están planteándose un estilo de vida donde presida el valor de la generosidad.
Por contraste, las actuales corrientes de
deconstrucción de la familia, surgen de una autonomía del hombre que ha perdido
parte de su relación a su propia naturaleza y al misterio trascendente del amor
humano. La pertenencia a un linaje pasa a sustituirse por la de una
satisfacción afectiva.
Sin embargo, como dice Chesterton, "quien
se rebela contra la familia lo hace contra la humanidad”. El matrimonio entre
hombre y mujer hace posible el nacimiento de los hijos y su educación más
adecuada para la evolución de su personalidad. La familia es el primer núcleo
de amor desinteresado y solidario entre los hombres. Por este motivo, el
deterioro de la familia supone el de las personas y el de las sociedades. Por
el contrario, el fomento de la institución familiar y la elaboración de unas
políticas sociales que ayuden a las familias, jurídica y económicamente,
supone sentar las bases para hacer un
mundo más solidario, justo y generoso. Un mundo que se entiende desde un
compromiso por la búsqueda de la verdad y de la justicia, empezando por las
personas más cercanas a cada uno.
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