El buen uso de la libertad tiene su base en una idea
buena del mundo. Pero, después de tantas desgracias como vemos en los telediarios
y alguna personal que podamos experimentar, es adecuado reflexionar acerca de
que este mundo merece la pena.
La presencia del mal y su superación
En el espectáculo de la vida hay
cosas maravillosas, pero no es menos cierto que, en ocasiones, suceden males
tremendos ocasionados por la libertad humana, o por factores naturales. Si no
tenemos alguna respuesta sobre el mal, la bondad del mundo queda en entredicho.
Recordaremos a continuación algunas
ideas breves sobre el bien y el mal: lo que tiene un orden tiene un sentido,
una verdad y una armonía o belleza. Algunos pensadores han afirmado que el mal
es una privación del bien, que el mal no tiene en sí mismo consistencia. Sería
como decir que las sombras -el mal- son por las luces -el bien-; no las luces
por las sombras; aunque, a veces, las sombras sean densas. Este planteamiento
se basa en el predominio del sentido positivo del mundo y en la capacidad que
tenemos de captarlo. Es cierto que no entendemos muchas cosas, pero también es
verdad que podemos entender algunas bastante importantes; por ejemplo, que es
mucho mejor procurar ser una buena persona en vez de un sinvergüenza.
La armonía de los paisajes, el vuelo
de los pájaros o el correteo de los caballos pueden ser un espectáculo
estupendo. Nosotros, al apreciar estas cosas, nos damos cuenta de que están
relacionadas con la bondad de lo real. Se trata de una bondad radicada en el
ser de las cosas. La bondad moral, la actuación libre y correcta, se basa en
respetar y adecuarse a la naturaleza de las cosas y a la nuestra. Ya hemos
explicado que si los hombres fuéramos quienes únicamente dotáramos de sentido a
las cosas del mundo, podríamos llegar a manipularlas a nuestro antojo. Por otra
parte, la armonía de la realidad no es fruto del azar. El azar es la ausencia
de sentido y, por tanto, de cualquier armonía. La armonía o la belleza del
mundo es la forma de un designio de bondad, que es lógico que proceda de un
Creador.
¿Dónde ponemos el centro de la ética?
El libro “El caballero de la
armadura oxidada”[1]
es un cuento acerca de un hombre de batalla que siempre tenía muchas cosas
importantes que hacer. Se hizo una armadura poderosa para sus aventuras; todas
ellas de gran trascendencia, según él. Poco a poco se aisló de la gente, de su
familia, de sus amigos. Al final se sintió solo. Intentó quitarse todo su
andamiaje de metal, pero no podía. Durante una larga temporada, lloró mucho; y ese llanto, sin que él se
diera cuenta, deshizo la armadura. Volvió a ser un tipo normal, sin prisas, con
capacidad de atender a su familia y a sus amigos. Fue feliz.
Otra es
la historia de un monje lama al que le asignaron una curiosa misión. Tenía que
llevar un saco de piedras grandes de un monasterio a otro, bordeando un río.
Acometió inicialmente la tarea con ganas, pero se fue cansando y empezó a tirar
al río, una tras otra, las pesadas piedras. Al arrojar la última, un rayo de
sol la traspasó y el lama se dio cuenta de que era una gran joya… ¡Había estado
tirando diamantes enormes a un río profundo!
¿Se
puede establecer algún parecido entre los personajes de las dos historias?...
Vamos a verlo a continuación. Hay personas que ven en el cumplimiento del deber
un fin en sí mismo: cumpliendo con las exigencias de lo que se entienda por
deber, uno puede quedarse tranquilo. Otros basan su actuación en la búsqueda
exclusiva del placer, objetivo que justifica muchas cosas. Estos dos modos de
ver la vida, tan opuestos, tienen algo en común: su planteamiento ético está
centrado en uno mismo. Uno tiene que cumplir su deber, o tiene que conseguir su
placer. El activismo del caballero de la armadura oxidada y la pereza del monje
lama tienen este egoísta punto en común.
Tanto el
deber como el placer pueden ser positivos, pero no son fines en sí mismos sino
medios. La realidad, con su verdad y su bien, es la que mide la veracidad de mi
deber y de mi placer. Esto es lo que no tienen en cuenta las actitudes antes
citadas. Dicho de otro modo: el hecho de que algo nos agrade no lo hace bueno.
Por el contrario, si algo es bueno es probable que nos agrade.
Por otra parte, un asunto puede ser
un deber mío porque es bueno hacerlo; pero no es bueno exclusivamente porque
sea un deber mío. En ocasiones podemos imponernos deberes que son falsos. Cuando situamos el centro de nuestra
actuación en el bien de la realidad, especialmente la de nuestros semejantes,
es cuando más nos realizamos como personas[2]. De
esta manera nos hacemos grandes como el mundo, en vez de empequeñecer el mundo
a nuestra medida. Situar el polo de nuestra atención fuera de nosotros supone
un sano realismo que afirma nuestra más propia identidad abierta a la realidad.
2 comments:
Excelente escrito.
Muchas gracias.
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