Cando éramos unos enanos llamábamos a nuestra madre al
sentir miedo, y qué gran tranquilidad nos ofrecía aquel rostro tan amable. Más
mayores, ella no suele estar tan presente en nuestro panorama mental, pero qué
seguridad da el saber que en cualquier momento uno puede llamarla o verla. Tras
el fallecimiento de la madre y su durísima pérdida, con la gracia de Dios, uno
puede percatarse de que entonces pasa a ser más madre que nunca. El
cristianismo, del que ha surgido una teología seria y profunda, nos habla de
Santa María como una madre real a la que podemos acudir en nuestras necesidades.
Cuando esta devoción se hace vida, desaparecen muchos de nuestros miedos y
volvemos a sentirnos seguros y audaces en el mundo.
José Ignacio Moreno
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