A todos nos gusta ser felices: que nos vaya bien en la
salud, en la familia y en los estudios o el trabajo. Sin embargo, la vida tiene
bastantes dificultades, que procuramos solucionar. Algunos –entre los que me
incluyo- rezamos con frecuencia para que se resuelvan estos problemas. A veces,
los inconvenientes son más serios y duraderos. Nos damos cuenta que tal o cual contrariedad puede hacerse crónica y sufrimos. Ante esto
podemos preguntarnos: ¿No podría ser que ese inconveniente de alguna manera me
esté ayudando a mejorar como persona? ¿Tal contrariedad no me estará haciendo
más humilde, más comprensivo, menos chulo? ¿Ese “palo”, que me duele, no estará
sujetando mi esqueleto moral? ¿Esa situación que me amarga no será una medicina
dura, pero buena para mi carácter?
José Ignacio Moreno
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