Tres años ya sin Juan Pablo II, desde que se marchara al Cielo el 2 de abril de 2005. Su recuerdo es imborrable. ¡Qué Papa! ¡Qué buen Padre! ¡Qué buen amigo de todos! ¡Qué corazón más grande! Hombre santo, supo tener como principal colaborador, al que también sería un Papa santo y sabio, Benedicto XVI. Su figura dinámica llena de simpatía y cordialidad, se quedó reducida a la mayor minusvalía física de un deterioro progresivo, enseñando a los hombres a envejecer serenos, a mirar de frente a la muerte: fue la gran enseñanza de sus últimos años. ¡Oh muerte dichosa la que pone broche a una vida honesta y llena! Juan Pablo II llegó al Cielo con sus manos repletas. Gran paradoja cristiana: sin guardarse nada, al repartir nos llenamos. El Papa grande se marchó con las alforjas de su alma rebosantes: habiéndose dado todo a Dios y al prójimo, se marchó con grandes ganancias. ¿ Quién podrá olvidar esta frase suya tan repetida como necesaria: "No tengáis miedo! Abrid de par en par las puertas a Cristo"?
Josefa Romo
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