Es una buena actitud la
de sonreírle a la vida. Resulta fácil cuando la vida nos sonríe, por ejemplo: tomándonos
algo rico en una terraza, con vistas al Cantábrico. Sin embargo, no parece nada
sencillo mantener un ánimo alto si uno es un refugiado, que huye de su hogar
por el horror de una guerra.
Sea como fuere la situación
que nos circunda, el espíritu personal puede poner buena parte de las reglas de
juego. Una buena formación intelectual y moral nos capacita entender que la
vida en la que estamos inmersos es una rotunda afirmación. Los sucesos
lamentables que ocurren no pueden reducir al sinsentido a la existencia de las
personas. Lo contradictorio, lo absurdo, en definitiva: lo malo, no tiene
fuerza para generar la realidad, cuya arquitectura de significado y belleza es
enorme. La mezcla de azar y evolucionismo sin norte no llega a ninguna parte;
ni parte de ninguna certeza sólida.
Sabernos queridos por
quien nos importa nos llena de sentido. Amar es como decir “es bueno que
existas”, decía Joseph Pieper. El amor requiere siempre confianza; por esto,
aunque no sea evidente, puedo llegar a tener la certeza de que un gran amor
afirma mi vida. Un amor que me constituye y renueva. Pero el peso de la precariedad
puede hacer, a veces, que se diluyan estas nobles ideas. Entonces, y siempre, es
el momento de ponerlas en práctica: aguantar a un familiar que no luce hoy su
mejor yo, ser comprensivo con un adolescente o, lo que es más difícil, con uno
mismo.
Quiero destacar un tipo
primordial de afirmación: la de la vida del que quiero llamar “rising child”, el
niño naciente, el que va a nacer pero todavía se están gestando, como nuestra
sonrisa a la vida. Acoger la vida del hijo que viene de camino, previsto o no,
es un gran acto de humanidad. Puede resultar un serio imprevisto en algunos
casos, pero esto no puede justificar la barbaridad de quitarle la vida. Como
afirmaba el profesor Leonardo Polo “abortar es matar una sonrisa”.
Al afirmar la vida, con
toda radicalidad, descubrimos algo novedoso y fantástico: la afirmación que un niño
naciente hace de la vida. Con que ingenuidad, inconciencia, pureza y confianza,
este nuevo ser humano ilumina con su mirada la vida, especialmente la de sus
padres. Proteger, cuidar y respetar esta vida es un modo humanísimo y precioso
de decir sí a la existencia, de sonreír a la vida.
José Ignacio Moreno Iturralde
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